Grecia aparece últimamente como responsable de los males de
Europa, y el dedo acusador se levanta a menudo desde Alemania. Pero Europa y la
moderna Alemania se forjaron sobre los valores helénicos. ¡Quién sabe si Goethe
no pediría hoy el perdón de la deuda griega, como los griegos perdonaron, tras
la guerra, la deuda alemana! En la pintura mural Weimar 1803 Otto Knille
retrató a la sociedad literaria más conspicua de la ciudad. En el centro de la
imagen un busto de Homero de considerables dimensiones con el consejero áulico
Goethe que apoya su brazo derecho sobre la escultura. La derecha del mural está
ocupada por Schiller, que lo observa todo desde la distancia; alrededor, los
hermanos Humboldt, Wieland, Schleiermacher, Herder, Gauss, Wilhelm Schlegel, Klinger,
Tieck, Jean-Paul y Pestalozzi acompañados por Terpsícore, musa de la danza y el
canto coral.
Weimar 1803 fue realizado en 1884 como una idealización de los
representantes de la “aristocracia del espíritu” de la ciudad más ilustre del
territorio germano. Aunque no estaban instalados en ella, hubieran podido pasar
por allí Hegel, Hölderlin, Schelling, Fichte, el menor de los hermanos Schlegel
y Kant, aunque era mayor –moriría al año siguiente– y no estaría dispuesto para
el paseo.
Goethe fue de los primeros en reconocer a Grecia como el modelo
para una Alemania utópica que habría de esperar más de setenta años para ver su
unificación. Goethe descubrió Grecia en los libros de J.J. Winckelmann y aunque
el historiador nunca llegó a Grecia, pudo deducir de las copias romanas todas
las cualidades estéticas, físicas y ontológicas de los griegos; cualidades que
podrían resumirse en “una noble simplicidad y una serena belleza”. Winckelmann
describía las esculturas con imágenes minuciosas y sensuales y las exponía como
ejemplo de un ideal en que la materia y el espíritu se identifican en la
belleza del cuerpo humano.
Esta declaración de principios tuvo unas consecuencias
imprevisibles en un país donde la sensualidad era una perversión del alma bella
que debía renunciar a los sentidos para llegar a la transparencia de la pureza:
la mística y el pietismo protestante renegaban de la carne. La reivindicación
de la estética griega era la reivindicación del hombre, de su cuerpo, de sus
sentidos y del placer, del gozo íntimo y propio con uno mismo.
Para Winckelmann, este gozo lo provoca la experiencia estética que
reconoce que estas obras son el fruto de la civilización y la expresión de un
sistema político que sólo es posible gracias a la libertad. Es perfectamente
imaginable el efecto detonante que debió ejercer entre la aristocracia
espiritual alemana la idea de que el arte surge de la libertad, y que la
libertad sólo puede brotar de un pueblo y de un gobierno libres. La supuesta
imitación de los griegos no debía ser una copia ruda y servil de las esculturas
y los templos; lo que se debía imitar era el espíritu que los hizo posibles.
Eran la emulación y el estímulo griegos los que harían que surgiera y se
consolidara en Alemania un arte propio y se descubrieran los principios del
arte, que sólo puede practicar un hombre libre en un pueblo libre.
Belleza y libertad es lo que ofrece Grecia. Sin embargo Alemania
se siente inválida y anacrónica, sin una tradición sobre la que construir los
preceptos griegos y sin una idea común que los ponga en práctica. El ámbito
cultural alemán, desde los últimos años del siglo XVIII, tuvo como referente
nada más que lo griego. Los términos lyceum , gymnasium , athenäum
, elysium sustituyeron a los originales germanos. Las revistas Die
Propyläen, Die Horen y Thalia proponían una renovación germana desde
presupuestos helenos. Los estudios de griego y latín fueron obligatorios en
todos los liceos, una exigencia que se mantuvo casi hasta hoy mismo.
Goethe y Schiller, con dos temperamentos distintos, dos
concepciones de la vida y del arte radicalmente opuestas, tenían en común la
confianza en que Alemania aprendería de la sabiduría griega y llegaría a ser
una nación. Ellos fueron los primeros helenos germánicos que practicaron con el
ejemplo: Schiller con la gracia y la dignidad, Goethe con la sensualidad y el
pragmatismo.
La asimilación griega de Alemania incidió de manera decisiva en
todos los aspectos de la nación germana. Y Grecia, a su vez, reconoció el
esfuerzo de un país para integrarse en la modernidad: de pasar de un sistema
agrario a una sociedad industrial. Ese tránsito abrupto conmocionó el país,
puesto que mientras los modos de producción eran industriales y modernos, la
estructura de la sociedad seguía siendo medieval. Esta grave situación dio
lugar a las dos guerras mundiales que ella misma provocó y sus derrotas
tuvieron la dimensión de las razones que las suscitaron.
Al final de la Primera Guerra Mundial, en 1918, Alemania fue
obligada en el Tratado de Versalles a indemnizar a sus enemigos. En Weimar
había perdido la guerra y la deuda era de 20.000 millones de marcos oro. Esta
cifra creció hasta 296.000 millones, que debía de pagar en 42 años. La
humillación de la derrota y las consecuencias económicas de la guerra, y de la
deuda, llevaron al país a una situación límite que, en parte, explica la
ascensión del nazismo. Adolf Hitler dejó de pagar la deuda y se enfrascó en la
Segunda Guerra Mundial, que perdió otra vez con consecuencias desastrosas.
La situación de la deuda era tan insostenible que en 1953 Alemania
pidió a sus acreedores que le perdonaran los pagos. Veintidós países, incluida
Grecia, firmaron el Tratado de Londres. Les perdonaron la mitad de los 50.000
millones que debían de la Primera Guerra Mundial. “Para la joven Alemania,
aquel gesto supuso una ayuda enorme –dice Jürgen Kaiser, coordinador de la
iniciativa Año para la Condonación de Deuda ( Erlassjahr )–. El interés
de la deuda de aquel entonces es comparable con el que hoy tiene que pagar la
propia Grecia”.
La reunificación alemana se materializó el 3 de octubre de 1990.
Pero las autoridades alemanas tardaron veintiún años en pagar la deuda. En 2010
se pagaron 25.000 millones generados por la Primera Guerra Mundial.
Alemania es el país de la comunidad europea que más presiona para
que Grecia ajuste sus finanzas, pero algunas voces han recordado a los alemanes
que están en deuda con Grecia, por otras muchas razones más que por su
condonación. El profesor de historia económica Albrecht Ritschl ha pedido a
Berlín que no olvide su pasado. Estas iniciativas alemanas piden que se cree la
figura de la insolvencia internacional. Erlassjahr reivindica que se tome el
Acuerdo de Londres en 1953 como ejemplo. Entonces los griegos permitieron
descargar de deuda a Alemania y contribuyeron parcialmente al milagro económico
alemán. Hoy, Grecia tiene sobreendeudamiento, pero podría recibir ayuda
mediante la condonación parcial de su deuda por parte de Alemania y de otros
países como se hizo en 1953. ¿Tanto le urge a Alemania el cobro de Grecia? Es
una paradoja, una falta de memoria, un olvido voluntario, una renuncia a los
valores helénicos que transformaron a Alemania en un país moderno; no
únicamente por la decisión de Grecia a condonar la deuda germana, si no por los
mismos humanistas alemanes que recogieron el testimonio griego, europeizaron
Alemania y procuraron el ejemplo de la democracia de Grecia.
Ese menosprecio de los
alemanes es el menosprecio al humanismo de Weimar de 1803.
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