José Manuel Caballero Bonald publica Entreguerras, un libro
formado por un solo poema de casi 3.000 versos. Irracionalista y
autobiográfico, es un compendio de la vida y la obra de su autor, que con 85
años afirma: "Después de esto ya no voy a escribir nada".
No voy a escribir nada más", dice sentado en su casa de
Madrid José Manuel Caballero Bonald, jerezano de 85 años cumplidos en
noviembre, con estudios de Náutica, Astronomía, Filosofía y Letras y casi todos
los premios disponibles, entre ellos, tres de la Crítica en, caso raro, dos
géneros distintos -poesía: Las horas muertas (1959) y Descrédito
del héroe (1977), y novela: Ágata ojo de gato (1974)-. Como las
de los toreros, las retiradas de los escritores son casi un género literario:
nunca se sabe si un artista se retira del todo. Pero Caballero Bonald ha dado
ya señales de que habla en serio. En 1992 publicó la novela Campo de
Agramante y no ha vuelto a reincidir en la ficción. En 2001 cerró con La
costumbre de vivir las memorias que había abierto seis años antes con Tiempo
de guerras perdidas. El relato de sus recuerdos se detuvo en la muerte de
Franco y ahí sigue. Demasiado desencanto en la transición política. Demasiada
gente viva en el posible índice onomástico.
"La experiencia que estaba descifrando era a veces
oscura y el texto también lo es. La poesía es hermética cuando lo es el mundo
que pretende describir"
"Ahí está todo lo que he escrito y todo lo que he
vivido, ahí está como el compendio de mi literatura y mi vida y eso le da un
valor estético especial"
"Entre mis novelas salvo 'Campo de Agramante' y sobre
todo 'Ágata ojo de gato', que en el fondo responde a una formulación poética"
"Después de esto ya no voy a escribir nada, no tengo
necesidad", dice. ¿Seguro? "Algún artículo que me pidan", concede
porque conoce la costumbre necrológica de los periódicos y su condición de
superviviente de una generación, la de los años cincuenta, diezmada antes de
tiempo. Él formaba parte de ella con sus amigos Ángel González, Juan García
Hortelano, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, Claudio
Rodríguez... Alguna vez ha mirado la foto histórica del homenaje a Machado en
Collioure (1959) y ha comprobado que solo él queda vivo de aquel viaje a
Francia. Para Caballero Bonald el esto de "después de esto"
es Entreguerras (Seix Barral), el libro-poema de casi 3.000
versículos que publica la semana que viene y que ha subtitulado con un
homenaje, ambicioso y explícito, a Lucrecio: O de la naturaleza de las
cosas. El volumen está rubricado en octubre de 2011 y Caballero lo empezó
en abril del año anterior. Entre una fecha y otra hubo cuatro borradores:
"Es el libro que he escrito en menos tiempo, cosa que va un poco en contra
de mis hábitos. Lo escribí en un estado de ánimo muy especial, como estimulado
por una apremiante voluntad introspectiva". Con un "carácter
autobiográfico clarísimo", el conjunto prescinde de los signos de
puntuación: "Lo pedía el carácter fluvial del poema, el propio flujo y
reflujo de la memoria". Más de una vez ha dicho Caballero Bonald que en un
poema las palabras deben tener un significado más amplio que el que tienen en
los diccionarios y esa tensión se ha traducido en Entreguerras en un
viaje por los límites del lenguaje, violentando la gramática, ahondando en la
complejidad de la memoria: "No he huido del hermetismo, llegado el
caso", explica el poeta. "La experiencia que estaba descifrando era a
veces oscura y el texto también lo es. La poesía es hermética cuando lo es el
mundo que pretende describir, esas palabras que lo identifican".
Entreguerras tiene, de hecho, algo de salto mortal por
parte de un escritor al que las historias de la literatura le habían abierto
hace años un capítulo amplio y cómodo, con vistas al Parnaso y calefacción
central. "A mi edad hacer este libro... Al terminarlo pensaba que no me
correspondía, que estaba excediéndome en la cuota de las osadías testamentarias
y que podía conducirme a un callejón sin salida. Pero superé el trance y ahí
está todo lo que he escrito y todo lo que he vivido, ahí está como el compendio
de mi literatura y mi vida y eso le da un valor estético especial. Con toda
seguridad es el final de mi obra. Después de esto ya no voy a escribir nada, no
me va a hacer falta". Más que de angustia, esa certeza, dice, le produce
una sensación de "liberación". "Antes, cuando terminaba un libro
me sentía incómodo, sospechaba de mí mismo. En este he tenido menos dudas.
Pensar que es mi último libro me da una sensación de plenitud, no me
desconcierta. Ya he cumplido".
La última palabra del último verso es "vida". No
puede ser casual. No lo es. "Soterradamente hay una preocupación grave por
la edad, por el paso del tiempo, esa sensación de acabamiento. Con este libro
se ha acabado mi literatura y se ha acabado mi vida. Lo último sí es preocupante,
pero se contrarresta con la sensación de plenitud". ¿Y la eternidad?
"Me gustaría creer en ella. Cuando se esparzan mis cenizas en el sitio que
yo quiero terminaré convirtiéndome en árbol, en agua, en piedra... Viviré en la
naturaleza para siempre. Incluso puedo compartir la idea de divinidad, sin
roces ni traumas".
Cerrando todos los círculos posibles, Entreguerras ve
la luz cuando se cumplen 60 años de la aparición de Las adivinaciones, el
libro de poemas con el que se estrenó Caballero Bonald, y 50 de la de Dos
días de septiembre, su primera novela. Aquel fue accésit del Premio
Adonais. Esta ganó el Biblioteca Breve. Dos hitos más de un tiempo que parece
otra era. Para su protagonista, que de continuo remite a su vejez -"tengo
ya muchos años y lo mínimo que puedo tener son etapas"-, la edad ha hecho
su propia criba: "Tengo mis propios litigios con mi obra
novelística", explica. "Renuncié a la narrativa hace ya años y hoy
soy incluso mal lector de novelas. Entre mis novelas salvo Campo de
Agramante y sobre todo Ágata ojo de gato, que en el fondo
responde a una formulación poética. Lo demás han sido búsquedas más o menos
bien articuladas. No me considero en puridad un narrador, soy un poeta que hizo
algunas incursiones novelísticas". Pese a todo, Dos días de
septiembre colocó a Caballero Bonald en la primera división de la
narrativa española del medio siglo sin colgarle el, peligroso por perdonavidas,
sambenito de novela de poeta: "Fue mi tributo al realismo social. La
escribí deliberadamente así, pensando que tenía que ser el testimonio crítico
de una determinada sociedad... Fue un ejercicio novelístico del que estoy
satisfecho, sobre todo por el cuidado lingüístico. Apruebo en este sentido
todas mis novelas, pero ninguna me complace tanto como Ágata". Además,
aquella novela inaugural, denuncia de una sociedad andaluza anquilosada, le
valió en su propia ciudad el calificativo de antijerezano. Agua pasada hoy,
cuando el escritor tiene allí incluso una fundación con su nombre. "No me
acuerdo muy bien, pero creo que se acabó entendiendo que también se critica lo
que se ama. A Jerez le tengo el apego que se puede tener a la patria en la que
naces, aunque ya se sabe que las patrias, chicas o no, son todas equívocas. Lo
que se ve desde la ventana donde uno soporta la vida con placer, eso es la patria.
Yo he tenido cuatro o cinco patrias predilectas".
A Caballero Bonald no le importó que lo llamaran
antijerezano, y el mismo efecto le produjo que lo llamaran barroco.
"Supongo que soy barroco", dice convencido, "por naturaleza, por
contagio del paisaje físico que más me atrae. Para mí el barroquismo nunca ha
sido una complicación sintáctica o léxica ni una acumulación de bellos términos
para llenar un vacío, sino una aproximación a la realidad a través de palabras
nunca usadas para definir esa realidad. Eso es el barroco. Algo, por cierto,
que conecta con la idea de lo real maravilloso de Alejo Carpentier, o con el
surrealismo. Me interesa esa búsqueda del enigma que hay detrás de la realidad.
A veces pones juntas dos palabras que nunca lo han estado y se abre una puerta,
se descubre un mundo. Y eso se produce incluso por puro atractivo fonético, por
la música de las palabras. Siempre he dicho que la poesía es una mezcla de
música y matemáticas". Desde ese presupuesto, no es extraño que el fervor
de Caballero Bonald por Góngora se sumara a su deslumbramiento adolescente por
Espronceda, al que descubrió en una biografía que retrataba al poeta romántico
con rasgos dignos de fascinar a un adolescente... Más rendido a su vida que a
su obra, Caballero Bonald se lanzó a imitarlo escribiendo poemas y llevando una
vida "licenciosa". "Digamos que siempre he estado abriéndome
camino entre el surrealismo y el romanticismo".
Las noches del poeta duraban días. Ya no, pero de entonces
le queda un único proyecto que no pasó de ahí: escribir la biografía de un
cantaor flamenco que fuera la cifra de los muchos que ha conocido. "Algo
parecido a lo que hizo Cortázar con Charlie Parker en El
perseguidor", dice un autor que ha escrito ensayos como Luces y
sombras del flamenco y publicado una antología discográfica como Archivo
del cante flamenco. "Todo eso de declarar al flamenco patrimonio
inmaterial de la humanidad y de que haya cátedras en la universidad e
instituciones que lo tutelan no concuerda con la libertad intrínseca del
flamenco, que siempre ha ido por libre, ha sido una protesta sin destinatario,
el grito de un pueblo larga y tenazmente sojuzgado. A mí me atrajo porque era
un arte marginal al que ni los propios andaluces apreciaban, salvo para esas
juergas indecorosas
... Era un arte propio de gente errática, menesterosa,
vinculado a un clima tabernario, prostibulario. Me conmovía andar con esas
gentes que habían heredado la cristalización de muchas antiguas raíces
musicales". Antes de dejarse llevar por el tobogán de los recuerdos,
Caballero Bonald aclara: "No soy ni mucho menos un purista. Detesto el
purismo en todos sus órdenes. El flamenco ha evolucionado de acuerdo tal vez
con las necesidades de los destinatarios, que pedían algo más asequible. Yo
defiendo las fusiones, con el jazz, por ejemplo, que no es mala alianza. Ya
Demófilo, el padre de los Machado, contaba que el flamenco cambió cuando, en el
siglo XIX, saltó del anonimato a los escenarios. Dejó de tener esa atracción de
lo clandestino, de lo minoritario. Ahí empezó no a degradarse sino a tener otro
sentido, a obedecer a otros estímulos, porque el sentido primordial del
flamenco es una habitación y cuatro o cinco personas oyendo cosas imposibles.
Pero todo eso ya es una estampa anacrónica".
Con el primer ejemplar de Entreguerras sobre la
mesa -hay un reloj deformado en la cubierta-, su autor, devoto de Terremoto de
Jerez, de Manuel Agujetas, del Sordera, fantasea con esa biografía que,
asegura, nunca escribirá. "El cantaor es un hombre de estirpe lunática, de
una personalidad más bien delirante, saben mucho y no saben nada. Han heredado
su sabiduría expresiva por tradición oral y cantan como el que es artista
porque su padre también era un buen artista. Sus modelos de vida pueden ser muy
enigmáticos y muy simples al mismo tiempo. Y luego están esos relumbres de
ingenio, la sabiduría de la sangre... y la locura. Terremoto era un hombre
disparatado, Agujetas más todavía. Todos se van volviendo excéntricos, tocados
por una extraña tentación del abismo. Tal vez su desequilibrio venga de la
propia naturaleza de lo que cantan, de ese tortuoso sacar a flote la intimidad
por medio del ritmo. Como en el jazz. El grito del cante es una experiencia que
lleva al cantaor a una situación límite".
Caballero Bonald habla con tanta convicción que parece
mentira que no vaya a lanzarse a escribir su perseguidor particular.
Dice que no. Ahora habrá que buscarlo en los periódicos, donde la edad le ha
obligado a redactar la necrológica de sus amigos más veces de las que hubiera
querido. "Todos han muerto", dice sin patetismo. "Queda Brines,
al que quiero mucho, pero con el que no anduve tanto. Echo mucho de menos a
Ángel González y a Juan García Hortelano, mis amigos del alma. Y a otros
grandes amigos suramericanos ya muertos: a Jorge Gaitán, a Eduardo Cote, a
Martínez Rivas, a Ernesto Mejías, a Julio Ramón Ribeyro... Eran compañeros muy
afines, muy predispuestos a la desobediencia, bebían lo suyo y las noches eran
de larga duración... Pero todo eso se fue al garete, como tantas otras cosas...
La vejez es una cabronada".
No hay comentarios:
Publicar un comentario