lunes, 30 de enero de 2012

"Simón Bolívar fue especialmente cruel"


Si no fuera porque él mismo cuenta que es autor de una obra literaria que abarca distintos géneros —novela, cuento, poesía, ensayo, teatro— para todos los públicos —niños y adultos—, Evelio Rosero (Bogotá, 1958) pasaría inadvertido tal como a él le encanta. "Mis libros son los que tienen que mostrarse, yo no". De gustos simples y lenguaje sencillo, llega a la charla en un moderno edificio en las faldas de los cerros orientales de Bogotá después de atravesar la ciudad desde el extremo occidental por entre el caótico tráfico. Al contrario de las clases media y alta que buscan vivir en este exclusivo sector de la ciudad por la sensación de estatus, él habita en la periferia en el mismo apartamento sencillo en donde ha dado vida a la mayoría de sus creaciones, alejado de cualquier bullicio. "Vivo lejos porque allá estoy tranquilo. No llega ni el ruido".

Con esta breve descripción, no faltará el lector que se lo imagine como un tipo huraño. Nada más lejano. Graduado de comunicador social, ganador del Premio Nacional de Literatura (2006), premio Tusquets de Novela por Los ejércitos (2006), y del Foreign Fiction Prize en 2008 también por Los ejércitos. Rosero es un conversador cálido y amable, siempre y cuando no haya cámaras, ni flashes. Es un artesano del oficio literario, que prefiere el anonimato porque lo importante —insiste— es la vida de sus libros. La carroza de Bolívar (Tusquets) ya empezó a hacer un fuerte ruido: en la novela se destroza sin contemplaciones el mito de Bolívar.

El conflicto armado es el pan de cada día. Un autor colombiano, necesariamente, lo expresará, aunque sea de manera inconsciente"

Su lanzamiento se produce en el marco del Hay Festival de Cartagena de Indias, que concluye mañana. Además de presentar un nuevo libro, la noticia es que él estará allí. Por qué huye de los encuentros de escritores? "Seguramente porque estoy escribiendo, o porque estoy convencido de que no hay mucho que decir después de lo que ya está escrito. Tampoco huyo permanentemente de los encuentros de escritores: allí suelen aparecer curiosos personajes para un cuento, y hasta para una novela", ironiza. Tiene un argumento para explicar el porqué en estos tiempos los escritores deben cumplir con unas asfixiantes agendas sociales. "Hay una relación con la cada vez menos frecuente demanda de libros", sentencia. "Los editores buscan estrategias novedosas, y entre ellas está la de llevar al mismo escritor a la palestra pública, empuñando su libro, como si clamara que lo lean. Para el escritor es una posición difícil, me parece. Que aparte de escribir el libro deba cumplir con una agenda publicitaria".

Le sorprende, sin embargo, que hay escritores que disfrutan mucho estos niveles de exposición. "Los escritores estrellas de la farándula me causan, como lector, una gran desconfianza. Por eso es bueno asomarse con atención a las tres primeras páginas, a ver si las obras de semejantes autores merecen tanto estruendo". Su caso es distinto. Está claro que pertenece a esa legión de escritores que no son tan famosos, pero sí muy talentosos. "Lamento que algunas de mis novelas, sobre todo las primeras, Juliana los mira, Mateo Solo, Las muertes de fiesta, no sean tan conocidas. Lo que no lamento es que yo sea desconocido. Compadezco a los verdaderamente famosos, los actores y cantantes, los futbolistas, los autores best seller: eso tiene que ser horrible".

No se trata de un asunto de timidez que resuelve con la escritura. "Me es muy difícil acceder a los demás. Al comienzo, cuando era un escritor joven, recurría al licor para desenvolverme en las reuniones. Un gran error, porque de vez en cuando se me iba la mano en el desenvolvimiento. Ahora, de viejo, no sufro, no me sudan las manos y no necesito del licor. Estoy sereno, puedo garantizar que no soy tímido, pero me agobio mucho. No soy introvertido, más bien un tipo al que lo cansan las más de las cosas, y por eso mismo es aburrido. Lo único que me sacude son los libros, los buenos libros, los que descubro y, sobre todo, los que releo".

En lo que sí no siente ningún temor es en la manera en que aborda la realidad colombiana. Aquí también se muestra modesto. "La realidad de cualquier territorio es buena materia prima para los escritores, siempre y cuando los merezca hasta el tuétano, los haga sentir inconformes, los haga gritar en la calle o en la cama, al despertar", dice. "En el caso de Colombia, es un país que sirve para cualquier manifestación de arte, porque aquí el espíritu es el único antagonista de la barbarie".

Con su laureada novela Los ejércitos, muchos críticos sentenciaron que estaba destinado a suceder a García Márquez, comparación monumental que él simplifica: "No voy a sucederlo; me sorprenden los críticos que así lo señalan. No me interesa suceder a nadie; pero sí me interesa lograr esa obra con que todo escritor sueña desde que empieza; una especie de sueño del que apenas nos acordamos, al despertar, y nos esforzamos por revivir. Yo tengo una obra en mente desde hace mucho, y no he podido encontrar el tono. Ojalá ocurra antes de que me muera". A propósito de Los ejércitos, es imposible para un escritor colombiano marginarse en su obra del conflicto armado? "El conflicto armado es el pan de cada día en el país. La corrupción es otra manifestación de la violencia. Un escritor colombiano, necesariamente, lo expresará, aunque sea de manera inconsciente, y aunque se trate de un poema a las hadas. En algún recodo de cualquier fábula rosa la sangre escurrirá, porque esa es la triste realidad de cada mañana".

En lo que sí se muestra vehemente es en la calidad estética de la escritura. "Cada autor despliega su estilo, su punto de vista, ya estético, formal, ideológico. Pero una novela es una novela, tiene que ser, sobre todo, arte literario, no panfleto político, no un ensayo o compendio de denuncias y reflexiones y conclusiones. Mi interés primordial es el arte, aunque me encuentre escribiendo sobre los dedos mutilados de la mano que los secuestradores envían a los parientes de sus víctimas. Ese es un reto difícil que hay que asumir con rigor y resolver con la herramienta y la magia que solo entrega la literatura".

Una novela tiene que ser, sobre todo, arte literario, no panfleto, no un ensayo o compendio de denuncias y reflexiones"

Rosero irrumpe en 2012, con la novela La carroza de Bolívar en la que el lector puede concluir que Rosero quiere acabar el mito de Simón Bolívar. Es así? "No es solo literatura, es historia", exclama: "No es mi propósito desmitificar a Bolívar. Solamente decir la verdad, respecto de una mentira que se ha prolongado e hinchado durante 200 años. Es mi primera, y creo que la última, novela histórica. Fue como una camisa de fuerza que yo mismo me impuse. Pero cuando se trató de abordar la historia no me puse a inventar".

Para él, entonces, durante dos siglos nos han mentido y Bolívar no era nuestro más grande héroe sino un hombre que actuaba como cualquier vulgar asesino. En qué se basó para hacer semejante afirmación? "En la obra del historiador nariñense José Rafael Sañudo: Estudios sobre la vida de Bolívar. Sañudo no era un escritor antibolivariano, como siempre lo tildaron los otros historiadores medrosos y zalameros que tuvo y que tiene Bolívar. Sañudo es un historiador veraz. Sobre todo, eso es. Y su obra es el epicentro sobre el que giran mis personajes de ficción. De modo que sí hay ficción, sí hay una novela, pero basada en hechos históricos irrefutables".

Su conclusión, entonces, es que todo lo que nos enseñaron en las escuelas respecto de Bolívar es falso? Hubo otro Bolívar? Un matón y no el hombre valiente y digno que todos tenemos en el imaginario colectivo? "También a mí me dijeron lo mismo en el colegio, desde niño. Bolívar el héroe, valiente y honesto, gran estratega. Otra cosa oí de mi abuelo, de mi padre, de esporádicas conversaciones de gente de Pasto, ciudad en la que Bolívar fue especialmente cruel. La primera gran masacre de la historia de la república ocurrió en Pasto, en la Navidad de 1822, por órdenes de Bolívar. En todo eso me entretuve escribiendo durante algunos años; de manera que para mí es fatigoso tener que resumirlo ahora. Más bien invito al lector, pido su paciencia y su indulgencia para que acceda a La carroza de Bolívar y corrobore las cosas tal y como las compuso la literatura".

La novela de Rosero no tendrá solo repercusiones históricas sino, seguramente, también eco en nuestra realidad cotidiana. Basta echarle un vistazo al vecindario y escuchar a Hugo Chávez cuando da a entender que él es la reencarnación del Libertador. "Es otra de las tantas reencarnaciones que ha tenido Bolívar en toda la historia de Latinoamérica. Bolívar fue el ejemplo a seguir, el primer gran ejemplo, y el más nefasto".

Está claro que Rosero es tímido, silencioso, pero sus libros gritan. Quién podría imaginarse que este hombre sencillo al que le encanta escribir libros para niños ahora salga al balcón con un libro en el que destroza el legado de Bolívar. Acaso no fue él el que nos dio la independencia de España y nos entregó la libertad? "Bolívar? Y dónde quedan Miranda —a quien Bolívar traicionó y entregó a los españoles—, Sucre, Nariño, Santander, Córdoba, y, sobre todo, Manuel Piar —a quien Bolívar mandó asesinar por fusilamiento, como a Padilla—, y dónde quedan los indios y campesinos que lucharon a brazo partido por la independencia? Ellos fueron quienes lograron la independencia. Bolívar solo se dedicó a pulir sus proclamas, a aprovechar la victoria de otros, a intrigar e instaurar su poder perentorio, a despecho de las verdaderas necesidades de la república, la industria y la educación", asevera.

Rosero dice que uno de los hechos más difíciles de entender del conflicto armado de Colombia es que los paramilitares de extrema derecha, las FARC de extrema izquierda y el Ejército Nacional se autodenominan como los auténticos bolivarianos. "Es el ejemplo de la extraordinaria confusión que causaron a través de tantos años los historiadores medrosos y zalameros y la historia oficial sobre Bolívar. Su fisonomía política se ajusta a todos los radicalismos y pareceres".

Es inevitable volver al tema de Gabo. Él es Caribe, mar, extrovertido. Rosero se crió en el sur del país, viene de una zona montañosa, de una región fría. Son dos visiones de Colombia antagónicas? "No. Ambas visiones se desprenden del mismo barco, la literatura", responde. Pero está claro que van en naves distintas. García Márquez con su libro El general en su laberinto le hizo un homenaje a Bolívar en el que a su vez lo menciona como un ser mítico y lo humaniza. Rosero va en contravía, y nos muestra su lado más sórdido. Hay alguna intención previa para tomar distancia definitiva del premio Nobel? "No la hay. Discrepo de su mirada en torno a Bolívar. No estuvo muy bien informado, me parece. Pero Gabo es el escritor que más admiro. Es el único y último clásico vivo que hay en la tierra", dice antes de perderse de nuevo entre el sórdido sonido de buses, taxis y coches que atiborran las calles y avenidas de la capital colombiana. Cientos de personas anónimas se refugian de una tenue lluvia gris. Allí va Rosero, silencioso, casi invisible. 

Por Armando Neira
Fuente:http://cultura.elpais.com/cultura/2012/01/26/actualidad/1327607969_058801.html

jueves, 26 de enero de 2012

Una historia de amor


El jardín de la casa de Long Island era un paraíso privado de árboles, dos gatos y complicidad. La alegría fue parte de los últimos años de su vida y su relación con una mujer fue secreto escondido bajo siete llaves. Durante años, en Chile, Lucila Godoy Alcayaga, más conocida como Gabriela Mistral, fue “La maestra”, un encasillamiento que ella detestaba. La historia la despojó de la pasión propia de una mujer y su vida personal siempre estuvo envuelta en una especie de nebulosa; en Chile fue inmortalizada como una señora asexuada y triste que escribió rondas de niños para todos los hijos que no pudo tener.

Oír cantar a la poeta tonadas mexicanas en los audios de Locas mujeres, el documental que acaba de estrenarse en las salas de Santiago, fue inyectarle vida y repensarla de una forma distinta. Fue mirar con nuevos ojos a una especie de tía abuela solitaria de quien se desconocía su faceta de amante y compañera apasionada. En las grabaciones se distinguen los maullidos de los gatos, las recriminaciones que se hacía a sí misma, inconforme con sus poemas tachados una y otra vez, y una disciplina autoimpuesta de papeles rasgados con destino a la basura. “No lo rompas”, se escucha que suplica Doris, su “chiquita”, como Mistral gustaba llamarla. Aquella casa blanca fue el refugio donde se tejió la historia de un gran amor. Nada más importa.

Locas mujeres, de María Elena Wood, muestra los últimos años de Gabriela Mistral junto a Doris Dana, su compañera y no su secretaria o asistente como trataron de contar aquí y allá. Dana tuvo el alivio de aclararlo cuatro años antes de morir en una entrevista, donde también esquivó todas las preguntas sobre su relación con la poeta. Tras la muerte de Doris Dana en el 2006, 168 cajas con 860 documentos, 500 cartas, cinco álbumes de fotos y decenas de objetos quedaron bajo el cuidado de Doris Atkinson, su sobrina, quien llevó este tesoro al Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional de Chile. Con este material quedan despejadas las dudas sobre aquel terreno baldío que parecía ser la vida amorosa de la poeta.

Eternas compañeras

Doris se parecía a Audrey Hepburn, su delgadez, el cabello oscuro, pómulos sobresalientes y tez de leche la aproximaban más a una delicada bailarina de porcelana que a la mujer de carácter fuerte que fue. Era caprichosa, pero también determinada, sobre todo para convencer a Mistral de que su amor era real, y que si bien se escapaba por momentos, nunca se iría de su lado. “Soy tuya en todos los lugares del mundo y del cielo”, le escribió.

La vida apenas le daba una tregua a Gabriela Mistral cuando conoció a Doris. Tras el suicidio de Yin yin, como llamaba cariñosamente a su sobrino-hijo Juan Miguel Godoy, la poetisa parecía esperar la muerte. En noviembre de 1945 había recibido el Premio Nobel sola, alejada de sus amistades. Había viajado a Londres, París, Roma, Washington y Nueva York. Sólo en California tomó un descanso y compró una de sus dos casas. En ese tiempo, fue la ex primera dama Eleanor Roosevelt quien la invitó a Nueva York, para ver una presentación en Barnard College de mujeres de la Universidad de Columbia. Allí estaba Doris Dana, quien la vio y quedó cautivada con la vehemencia e inteligencia del discurso de Mistral. Pero el encuentro vino después. Doris Dana había colaborado con el crítico Charles Neider en la traducción del libro La estatura de Thomas Mann y en ese trabajo fue supervisada por Gabriela Mistral. Así comenzaron el primer intercambio epistolar.

En ese tiempo, Dana era parte de la clase alta neoyorkina. Su padre había tenido un buen pasar heredado de su abuelo y sus negocios en Wall Street, que con el tiempo sucumbieron a la gran depresión de 1929. Doris Dana estudió actuación, su hermana mayor, Ethel, se hizo doctora y Leora Dana, la más pequeña, quien también heredó ese aire de diva, fue una estrella de las tablas. Dana sabía muy bien de tristezas cuando conoció a Gabriela Mistral; su madre era una mujer que había entrado y salido de clínicas psiquiátricas. Pero Doris guardaba una aflicción mayor a su propio coqueteo con las pastillas y el alcohol, una pena que la vincularía a Mistral: su padre se había suicidado.

Esta fue la cicatriz de ambas y una sutura que terminó por unirlas. Doris Dana representaba tanto a Yin yin como a su ex novio Romelio Ureta, cuyo suicidio dejó profundas huellas en su poesía. El sobrino y Doris Dana fueron las dos grandes pasiones de Mistral y a veces ambos convertían en uno. “Duerme, querida, cabecita de cobre, ojos de Yin, discreta y fina según el marfil, color de la flor del manzano, duerme. Dios te junte los párpados”, escribió.

Doris Dana en vida negó cualquier tema sobre su relación con Mistral y destruyó parte de sus cartas a la poeta, pero lo más importante sobrevivió. El escritor Pedro Pablo Zegers, autor de Niña errante, libro en el que narra este intercambio epistolar, lo corrobora. Comenta que las cartas fueron las encargadas de desmentir lo que Dana desestimó públicamente. Atkinson escribió el epílogo del libro de Zegers donde habla descarnadamente de su familia. “Doris plantea la bipolaridad de su tía; un día estaba proclive a hablar de Mistral, otro día no decía nada y en otras ocasiones la desheredaba”, recuerda.

Para Zegers, en las cartas de la poeta se puede apreciar de qué manera la figura gramatical masculina “tuyo” comienza a aparecer para firmar los recados y misivas a Doris. Según el especialista, las letras también revelan una relación de cierta pasión física, pero donde lo más relevante es la unión a través de las carencias, de ahí la profundidad de las cartas. “Se devela a dos personas que se quieren mucho, pero que también se necesitan”. Si bien Zegers perfila a Dana como una mujer díscola, también la ve como una mujer visionaria. “Guardó hasta el último papel, incluso la factura del ataúd de Mistral. Eso denota una preocupación más allá de lo normal”, comenta.

Al final de la historia Doris hace gala nuevamente de sus arranques mezquinos y al morir deja cláusula leonina para este legado. Su sobrina tuvo seis meses para determinar el destino de los archivos, si no lo lograba, el patrimonio quedaría en la biblioteca del Congreso de Washington. Atkinson había viajado a Chile sólo meses antes de que muriera su tía y aunque no sabía nada de la poeta, vio el rostro de Gabriela Mistral en los billetes de cinco mil pesos y en algunas estatuas. Al tomar la decisión supo que el material merecía quedar en este país. ¿Qué pasaría con las cartas que demostraban la relación entre ambas? Atkinson pensó una certeza que hoy repite Zegers. “Si Doris Dana hubiera querido que esto no se publicara, las habría eliminado”.

El mito de Gabriela

Para los chilenos, Mistral era una mujer hosca de mirada impenetrable o una especia de beata maestra de niños. Su vida fue una biografía que se llenó de fábulas y terminó por santificarla. Pensar o especular sobre el lesbianismo de Mistral sólo alcanzaban el estatuto de chisme, construido siempre por asistentes, secretarias y amigas que la rodeaban y ayudaban en su trabajo, como Laura Rodig.

El escritor Jaime Quezada, estudioso de su obra, señala que este documental rompe la aureola que se posó sobre la cabeza de Gabriela Mistral. De algún modo, la vigencia de su obra fue olvidada y ella confundida con la profesora de versos que quedaron inmortalizados en los textos escolares de al menos tres generaciones chilenas. Para sus investigadores, su obra alcanza ribetes de genialidad y tiene una multiplicidad de voces que la mayoría desconoce. “Gabriela Mistral vivió en una época en que la mujer, sobretodo en Chile, estaba marginada de la vida pública, de la vida social y ni siquiera tenía derecho a sufragio. Ella empezó escribir sobre ello, aunque no era una rematada feminista, estaba preocupada de las reivindicaciones de la mujer”, explica.

Para el escritor, la imagen de la poeta siempre ha estado rodeada de leyenda, una maraña hilada con cada una de sus circunstancias: una mujer que nace en el Valle del Elqui, al norte del país, que tiene que enseñar desde muy temprano, y que tiene ciertos amores que terminan trágicamente. Quezada recuerda que su verdadera obra empieza a publicarse muchos años después, Mistral quiere su tierra, pero sabe que es distinta. “El reconocimiento de ella viene desde el extranjero, una vez que empieza a publicar su obra. Acá la desconocían, estaba olvidada. Si no era publicada en las antologías, ¿cómo íbamos a conocerla?”

Si bien la visión a veces trágica de la vida de la poeta fue la columna vertebral de su obra, Quezada considera que es en Lagar donde están los temas que ella ya venía tratando. Aparecen las distintas mujeres, o el tema “mujeril” como le gustaba decir. Una vanguardista que hoy está más vigente que nunca y que se puede releer. “En esos tiempos estaba preocupada de temas como el indigenismo, el conflicto mapuche en la Araucanía, la desigualdad y la educación”, aporta Quezada.

Para el estudioso mistraliano, al igual que las lecturas que se hacen con novelistas o poetas hombres, con Mistral no se puede escindir su obra de su vida amorosa por ser mujer. “Si la gente se sorprende de algo es porque no conocían muy bien a Gabriela Mistral, nunca la leyeron realmente. Con el tema de su sexualidad, no se nos viene abajo, al contrario, ella queda en su estatua, como mujer y como la gran escritora que fue”, sentencia.

Las revelaciones de un largometraje

Mistral no murió sola y en todo momento fue asistida por Doris Dana. El documental dibuja a una mujer llena de afectos y sentimientos, todos elementos que supo desplegar con maestría en sus poemas. En los audios se descubre a una pareja en toda su intimidad, con recuerdos de aniversarios y apasionados recados que van guiando a una confirmación que, en definitiva no es tan relevante. “No quiero comer avena, quiero comer Doris”. Es entonces cuando aparece una Gabriela Mistral más humana, más real.

Yo te quiero, ¿tú me quieres?– pregunta Dana.
No sé cómo tú te portes después, todavía no creo yo en ti– le responde Mistral.
¡Siete años y no crees! Siete años que estamos juntas. Desde el 48. Es muy bonito esto, ¿no?

Gabriela Mistral siempre fue una rara avis en su país. Provinciana, humilde y mujer, tres factores que lamentablemente nunca colaboran con el éxito ni en la actualidad ni en su tiempo. Se fue de Chile a los treinta y tres años y se sepultó la verdadera historia. La razón es evidente: homofobia. Dos ejemplos lo demuestran: en el año 2002, la académica puertorriqueña Licia Fiol-Matta escribió Una madre homosexual para la nación: el Estado y Gabriela Mistral, libro que nunca pudo darse a conocer en Chile. Luego hubo intentos de una película (La pasajera, dirigida por Francisco Casas y Yura Labarca), pero hasta hoy nada se sabe en qué quedó ese proyecto.

María Elena Wood explica que, en un principio, no hubo planificación durante el rodaje del filme sino más bien un impulso similar a la poesía. Durante 2006 se fijó en una pequeña nota que informaba sobre la muerte de Doris Dana, en la que sólo se aludía a su calidad como “secretaria” de Gabriela Mistral. La sorpresa de Wood radicaba en el desapego con que se miraba la historia de la poetisa y la de su compañera, quien custodiaba su obra. Meses más tarde leyó una crónica del escritor Luis Vargas Saavedra quien describía su maravilloso encuentro con ese cofre de alhajas que parecía ser la obra inédita de Mistral. “Estas crónicas me emocionaron mucho. Un día me llama una amiga por teléfono y me dice ‘María Elena tú tienes que hacer esto’, pero le contesté que se olvidara, que tenía que partir a Estados Unidos y no había ninguna posibilidad”. La historia parecía perseguirla y en julio de 2007, ella junto a la co-realizadora, Rosario López, viajaron a Estados Unidos. “Sabíamos que había archivos, pero no sabíamos que había poesía inédita. Como nos interesa el tema de la memoria fuimos a ojos cerrados”, cuenta López.

Allí las recibió Doris Atkinson, quien además aparece entrevistada en el documental. Un departamento funcionaba como bodega para las montañas de papeles, escritos y documentos.

Ir develando los sentimientos y el trabajo de Gabriela Mistral fue, para Wood, uno de los episodios más emocionantes de su carrera. Aparecía la última foto de Yin yin y unas notas que él le escribía a Gabriela Mistral sobre sus pesadillas y primeras preguntas sobre la muerte. También aparecen los documentos que confirman que Juan Miguel Godoy fue el sobrino de Mistral y no su hijo, como se especuló durante mucho tiempo.
El tratamiento de la intimidad de la poetisa fue un dilema que por momentos paralizó a Wood hasta llegar a cuestionarse sobre la validez de escarbar en la vida personal de Mistral. “Cuando con Rosario nos dimos cuenta de la riqueza de este material, nos asustamos, pero pensamos que si había sobrevivido medio siglo y había sido cuidado por Gabriela y Doris significaba, aunque fuera de manera inconsciente, que querían que esto existiera”, recuerda.

Wood finalmente pensó que si Gabriela Mistral no hizo evidente su homosexualidad fue porque vivía de la corresponsalía a diversos periódicos latinoamericanos y también dependía de un pensión que recibía de Chile. “Debía cuidar sus fuentes de trabajo, si ella generaba cualquier escándalo podía perderlas. Hay una opción drástica, también puede que haya sido una opción íntima”, aclara.

En medio del documental sigue apareciendo una Gabriela, más genuina, más entregada y otras veces suspicaz. También aparece un público que enmudece, se emociona y comprende.

Pero tú lo quieres echar a perder– dice Mistral.
¿Yo? Yo te quiero, te quiero más y más y más... – dice Dana, su amiga, cómplice y gran amor.



Por Carolina Rojas
Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com

lunes, 23 de enero de 2012

Gabriela Alemán apuesta a nuevo proyecto editorial


La escritora quiteña presentará en el país, a finales de este mes, su más reciente obra, denominada “Álbum de familia”, de la mano de Cadáver Exquisito Ediciones, una editorial independiente, creada por María Paulina Briones.

Alemán regresa a la magia de los cuentos, que había dejado de lado hace diez años, con su libro “Álbum de familia”. Fotos: Alejandro Reinoso│El Telégrafo.
“Álbum de familia” es una de las obras más recientes que la escritora quiteña Gabriela Alemán ha publicado en los últimos años.
El libro, que está compuesto por ocho cuentos, habla de historias que están relacionadas con Ecuador, “pero con h minúscula, hechos que se han quedado en el imaginario ecuatoriano”, comenta la autora, quien añade que dentro la obra se podrá encontrar a diversos personajes, como la emperatriz de las islas encantadas, John Wayne Bobbit, Robinson Crusoe, entre otros.
A más de Paulina Briones, quien es la encargada de la selección de las obras que publicará la editorial, dentro de este proyecto se encuentran los diseñadores Nuno Acosta, Andrea Fernández y el limeño Guillermo Machiavello.
Acosta fue el encargado de la creación de la portada del libro de Gabriela Alemán. El diseñador presentó dos propuestas que están colgadas en la página web www.casamorada.net para que los lectores voten por la que más les guste.
El 31 de enero es la fecha en la que este proyecto independiente se presentará de manera oficial junto con su primera publicación, “Álbum de familia”. El lanzamiento será en la librería Mr. Books, en Mall del Sol, a las 18H30. La entrada es libre.

Así es lo nuevo de Cormac McCarthy



Como en su anterior y muy celebrada novela, La carretera, dos personajes, ascéticamente denominados Blanco, que es un hombre blanco, y Negro, que es un hombre negro, sostienen el peso dramático de El Sunset Limited (Mondadori), la nueva obra del enigmático escritor estadounidense Cormac McCarthy, cuya publicación está prevista para el 20 de febrero y de la que EL PAÍS adelanta las primeras páginas. Y si en aquella ocasión el apocalipsis funcionaba como otro turbador personaje, en esta, un intento de suicidio, resulta el tercero en discordia que desencadena la acción desalentadora.
Fuera de plano (un único plano desarrollado en un destartalado apartamento del gueto), Blanco, un descreído profesor universitario, trata de quitarse la vida saltando a las vías al paso del expreso Sunset Limited, un tren real de Nueva York. Negro, exconvicto reconvertido en iluminado cristiano evangélico, trastoca sus planes y lo empuja a un examen de conciencia sobre la vida, la cultura, las creencias y las vanas esperanzas que toma la forma de un texto teatral que McCarthy definió como “una novela con forma dramática”.
El Sunset Limited, en efecto, se subió a las tablas de un teatro de Chicago en 2006 y hasta tuvo el año pasado su traducción televisiva en una pieza de la HBO que dirigió Tommy Lee Jones. Pero lo cierto es que la novelita trasciende (en la traducción de Luis Murillo Fort) a aquellos usos para convertirse en una joya de corto recorrido y amplio aliento, en parte, gracias a la maestría de McCarthy para los diálogos, verdadero motor de la acción de la obra.
En ella, los amantes de la prosa seca, sin concesiones, del autor de No es país para viejos o Meridiano de sangre (ambas en Mondadori) se encontrarán con otra de las impenetrables demostraciones del arte novelístico de uno de los escritores en lengua inglesa más fascinantes del último cuarto de siglo (en Como leer y por qué, el todopoderoso Harold Bloom va más allá al considerarlo autor de la novela más interesante de la segunda mitad del siglo XX, Meridiano de sangre). Un tipo hosco y reservado, alérgico a la promoción y a las entrevistas (pese a que aceptó en cierta ocasión una invitación al programa de Oprah Winfrey) pasó de vender 2.500 ejemplares de sus primeras novelas (aquellas primeras ediciones son hoy joyas de coleccionista) a ser agasajado por Hollywood, el jurado de los Pulitzer (La carretera) o las listas de ventas.
La publicación de El Sunset Limited fue interpretada por la crítica y la fiel tribu de sus lectores como otro de los característicos e inesperados giros del escritor. Una novela en la que la esperanza se ve arrollada por un tren, la violenta y descorazonadora sociedad contemporánea, que como el expreso del título circula a la obstinada velocidad de 110 kilómetros por hora.

Fuente: cultura.elpais.com

jueves, 19 de enero de 2012

Lanzamiento del libro álbum “Abril y Moncho”


El reconocido autor e ilustrador Roger Ycaza promociona la tercera obra de su autoría, “Abril y Moncho”, cuyo lanzamiento se realizará este miércoles 01 de febrero en la librería Mr. Books del Mall El Jardín, a las 18:30.
La escritora, ilustradora y diseñadora gráfica María Fernanda Heredia realizará la presentación de esta obra, de la cual ha opinado "a veces el amor más grande lo descubrimos en el rostro de quien menos lo imaginamos. Abril y Moncho es la historia de amor más bella que he leído en los últimos tiempos".

Compuesto por más de 30 páginas ilustradas, este libro no se limita al público infantil ya que, sean jóvenes o adultos, todos los lectores pueden sentir empatía hacia los personajes de una  tierna historia sobre las pruebas que enfrenta la amistad, y ser gratamente sorprendidos con la forma y fondo del relato.

El libro fue editado e impreso en el Ecuador, como una nueva propuesta editorial de la empresa Zonacuario, Comunicación con Responsabilidad Social Cía. Ltda., responsable de la publicación del libro álbum “Sueños”, del también ilustrador Marco Chamorro.
En el evento de lanzamiento, el autor comentará sobre su experiencia en la creación integral de esta obra y firmará libros. Además, se sortearán ejemplares entre los asistentes.

Sobre el autor
Nacido en Ambato, 1977, este ilustrador y diseñador gráfico también ha incursionado en la música, como  guitarrista y vocalista de la banda de rock Mamá Vudú.

Ha ilustrado más de 55 cuentos y novelas infantiles y juveniles para importantes editoriales del Ecuador y sus ilustraciones han sido publicadas en países como EE.UU., España, Colombia, México y Perú.

Ha escrito e ilustrado dos álbumes infantiles: “Sueños” y “La emocionante historia de un valiente gato que subió a la rama más alta de un árbol… y luego no pudo bajar”, publicados por Alfaguara Infantil.

En 2009, su libro “Sueños” recibió una doble mención de honor en la Categoría Cuento e ilustración, Premio Darío Guevara Mayorga, otorgado por el Municipio de Quito.

La niña convertida en mito


No existe una palabra que designe a los personajes imaginarios que, como Hamlet o Frankenstein y su Criatura, han llegado a tener una vida autónoma fuera de la escena o del libro, sumándose a la galería de personalidades humanas que conocemos y sirviéndonos de brújula. De todos estos seres de ficción, el más reconocible es Alicia, la niñita preguntona que protagoniza las dos historias clásicas de Lewis Carroll, Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas (1865) y A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (1871).
Quizá resulte sorprendente que sea una galería de arte y no una biblioteca la que alberga una gigantesca exposición sobre Alicia, pero es que la creación de Carroll fue y sigue siendo motivo de inspiración para artistas, fotógrafos, escenógrafos, animadores y directores de cine. La muestra de la nueva Tate Gallery de Liverpool (que continúa hasta el 29 de enero) explora ese territorio, desde las ilustraciones rara vez vistas del manuscrito del autor y unos materiales biográficos maravillosamente evocadores (perceptivas y a menudo líricas fotografías de Carroll, obras de arte de sus amigos prerrafaelistas) hasta los surrealistas, para quienes Alicia se convirtió en un mito muy apreciado. El movimiento surrealista está representado por algunas de las obras más potentes de la exposición: la edición ilustrada de Alicia de Salvador Dalí y la pintura más bella de la obra de Dorothea Tanning, la misteriosa Eine Kleine Nachtmusik, con un girasol que arroja colosales tentáculos en torno a la niña cuyos cabellos se erizan como lenguas de fuego. La herencia surrealista sigue siendo fértil, en el contexto de un creciente retorno al mito, el cuento de hadas y el romanticismo. Alicia es el prototipo de la niña sabia e ingenua –como aparece en la visión no sólo de artistas como Peter Blake y Graham Ovenden sino también de sus sucesoras en el desasosiego, Annelies Strba y Alice Anderson, practicantes de lo sobrenatural contemporáneo que dan un nuevo giro feminista a la heroína. Alicia se ha vuelto más madura y experimentada que su modelo original y es el receptáculo de sueños eróticos, una femme enfant con la que las artistas se sienten fuertemente identificadas.
El personaje de Alicia se inspiró en Alice Liddell, la segunda hija de la familia cada vez más numerosa que se mudó a la rectoría de Christ Church, la universidad donde Charles Dodgson era profesor. Alice, una niña preciosa de rasgos melancólicos, se convirtió en la preferida del autor entre sus amigos infantiles, su principal amor en un grupo de nenas –y varones– a quienes entretenía con rompecabezas, adivinanzas, chistes, poemas, artefactos, cantinelas y caricaturas. Dodgson había empezado a fotografiar a niños varios años antes de escribir las historias de Alicia. Solía acercarse a las familias de artistas, invitándose a la casa de Rossetti, Millais, Arthur Hughes y el escritor de literatura fantástica George Macdonald, de un modo impertinente que parece reñido con la personalidad tímida y balbuceante del poco destacado profesor de matemáticas que era sordo de un oído y muy aficionado a la gelatina y las tortas. El excéntrico y prodigioso creador de Alicia fue uno de los grandes negados de la historia. Como Kafka, con quien tiene más en común que lo que suele reconocerse, Dodgson nunca pudo decidirse a pasar a la siguiente etapa de su vida: nunca se ordenó sacerdote, nunca ascendió en la jerarquía universitaria, nunca se casó. Sólo era feliz en compañía de los niños. Sin embargo, cuidó a gran número de hermanos solteros (en especial después de ganar mucho dinero con los libros de Alicia), hizo campaña contra la vivisección, parece haber concebido el voto personal transferible y realizó exitosos esfuerzos para mejorar las condiciones de vida de los niños actores.
Hoy día, Lewis Carroll podría estar bajo vigilancia y, si no preso, al menos controlado electrónicamente. Su sexualidad le causaba “indecibles tormentos”, escribe el diligente biógrafo de Carroll, Morton Cohen. No obstante, como señaló Penelope Fitzgerald, “podemos considerarnos afortunados”, dado que su energía sexual desviada “muy probablemente era la fuente de su genio”.
La primera historia de Alicia originalmente se tituló “Las aventuras de Alicia bajo tierra”, pero a Carroll esto le sonaba a “instrucciones sobre minas”. “La tierra de los elfos” fue otra posibilidad que evaluó, antes de decidirse –momentáneamente– por “El país de las maravillas”. Pero su primera idea de un submundo revela la conexión de los libros de Alicia con predecesores entre los visionarios que descendían a las regiones inferiores, como Dante y Blake. Ante todo, Carroll era un parodista que dio forma en su propio horno de alfarero a una gran obra original a partir de los fragmentos dejados por otros. Este miembro del clero anglicano muestra muy pocos vestigios de fe cristiana, revelando en cambio un compromiso apasionado con las ideas incipientes sobre el inconsciente, la fantasía y los estados alterados. Tradujo la escatología cristiana en tempranas investigaciones psicológicas sobre los terrores y el absurdo –Alicia es rechazada y frustrada a cada paso pero es una disidente no una colaboracionista y sigue cuestionando la forma en que las personas y los animales con que se topa insisten en la corrección de su forma de actuar–. Una niñita alza la voz del sentido común contra las normas arbitrarias y las órdenes injustas del mundo adulto; el retrato de la represión adulta fue escrito para darle ánimos, como ha hecho con tantos lectores desde entonces.
La niña de ensueño que también es una soñadora de verdades y la visión de Carroll de la locura del mundo son sólo dos de los miles de temas que han entusiasmado a los artistas. La muestra de la Tate revela una genealogía de obras de arte que no ha sido estudiada hasta ahora: el persistente interés, en especial en Gran Bretaña desde los comienzos de la era victoriana en adelante, por la ilustración gráfica. El futuro Lewis Carroll nació durante el apogeo de una forma de arte británico que ha sido considerada menor durante demasiado tiempo, y el relato del ascenso de Alicia a la categoría de mito también pertenece a esta historia de una gran iniciativa del siglo XIX: el libro ilustrado. Thomas Bewick, pionero de esta forma, es recordado vívidamente, por ejemplo, por Charlotte Brontë en Jane Eyre (1847). En la novela, Jane también es una nena al comienzo y la vemos viajar con su imaginación a través de las páginas de la Historia de las aves británicas de Bewick: Jane nos cuenta que “cada dibujo contaba una historia; misteriosa a menudo para mi poco desarrollado entendimiento y mis imperfectos sentimientos, pero siempre profundamente interesante: tan interesante como los relatos que a veces contaba Bessie en las noches de invierno... y cuando, después de traer su mesa de planchar junto al hogar del dormitorio de los niños, nos permitía sentarnos a su alrededor y... alimentaba nuestra ávida atención con pasajes de amor y aventura tomados de antiguos cuentos de hadas y otras baladas...
“Con Bewick en mis rodillas, yo entonces era feliz: feliz al menos a mi manera.” Charles Dodgson tenía 15 años cuando la novela de Brontë estalló en la conciencia victoriana, pero no tiene que haber conocido este libro directamente para que imaginemos que conocía e incluso compartía los sentimientos de la protagonista. Cuando Alicia piensa con enojo, en el comienzo de El país de las maravillas, en lo que lee su hermana, “¿Para qué sirve un libro sin dibujos ni conversación?”, habla como una niña victoriana del mismo medio social que el joven Charles Dodgson.
Para una familia como los Dodgson, vivir lejos de la ciudad en circunstancias no demasiado acomodadas en una rectoría llena de corrientes de aire, las revistas ilustradas como Punch eran el vehículo por el que le llegaban las ilustraciones, y ellas aportaron un elemento crucial al mundo que formó al creador de Alicia.
De chico, Carroll armaba revistas familiares llenas de dibujos realizados por él y su hermano Wilfred y copiados de ilustraciones que llegaban a sus manos: sus primeros intentos se parecen a las caricaturas de Edward Lear, y recicló varios de los poemas y chistes para los libros de Alicia: parte de Jabberwocky, por ejemplo, aparece en una de esas revistas familiares, Mischmasch, bajo el título de “Estrofa de poesía anglosajona”, escrita en caracteres que simulaban runas.
El autor de Alicia comprendía intuitivamente el poder que tenían las imágenes de grabarse en la conciencia colectiva en la era de la reproducción mecánica. Durante muchos años, trató de hacer él mismo las ilustraciones de Alicia, y la torpeza de esos dibujos pone de relieve la peculiar rareza de su fantasía. La exposición de la Tate incluye los bocetos originales que trazó Dodgson –de Alicia, el Conejo Blanco, el Grifo, la Falsa Tortuga y la Oruga– así como la primera versión de la “Larga historia”, un innovador “caligrama”, o poema-dibujo, con forma de cola de ratón para el que Dodgson recortó los caracteres tipográficos uno por uno y los pegó. Pero no podía dibujar niñitas de carácter, y fue cuando se dio cuenta de que necesitaba un artista más avezado que él y eligió a John Tenniel que su Alicia se convirtió en la figura universalmente reconocible que es –desde la vincha hasta el delantal y los zapatos Guillermina–. Carroll admiraba a Tenniel por su trabajo con los animales de las fábulas de Esopo, pero también lo conocía como caricaturista de Punch e infatigable ilustrador, con las mágicas metamorfosis de Las mil y una noches y muchos otros títulos en su haber. Aunque Tenniel estaba sobrecargado de trabajo y las relaciones con el quisquilloso y exigente Dodgson a menudo eran tirantes, dibujó de manera brillante el mundo cada vez más curioso de Alicia.
Antes de que Freud desarrollara su modelo de la psiquis, Carroll escribía con convicción sobre la infancia y el inconsciente, que identificó con los viajes por el país de las hadas en la introducción de su último libro, Silvia y Bruno (1893). Su interés era compartido por su generación: ese mismo año, Frances Hodgson Burnett escribió una crónica completa de su yo infantil titulada “La que yo más conocía: Memoria de la mente de un niño”, que habla de su mundo de sueños y sus amigos imaginarios. Pero Carroll marcó una gran diferencia en el legado romántico de fantasías sobre la imaginación infantil y en el interés de sus contemporáneos por los estados interiores porque adoptó las estructuras tecnológicas y científicas de los nuevos medios mágicos: su habilidad como fotógrafo al emplear el proceso extremadamente complicado del colodión húmedo le dio las coordenadas de espacio y tiempo del país de las maravillas de Alicia: la niña se agranda y se achica como en una lente o bandeja de revelado, mientras que el país del espejo está gobernado por la catóptrica, los fenómenos de la reflexión y la refracción que operan en la cámara réflex.
Las múltiples capas de realidad que atraviesa Alicia, cada vez más perpleja, anticipan la ciberrealidad actual, como muestran muchas extrapolaciones. Al final de El país de las maravillas, la hermana de Alicia sueña con una Alicia futura que cuenta la historia de su sueño fantástico a sus hijos, y al final del Espejo, Alicia le pregunta a su gatita: “¿Quién fue el que soñó todo esto?... Debo haber sido yo o el Rey Rojo, sabes, Kitty. El era parte de mi sueño, por supuesto, ¡pero yo también era parte del suyo!” Este laberinto sin salida da forma a la maravillosa fábula de Borges Las ruinas circulares y, desde entonces, al concepto central de las películas de la serie Matrix y, más recientemente, a El origen de Christopher Nolan. Es este énfasis en la realidad de la vida onírica y lo absurdo de las convenciones, combinado con la modernidad de sus métodos, lo que ha hecho de la niña de los sueños de Carrroll el vehículo de tantos sueños activos de artistas como Sigmar Polke, Robert Smithson y Adrian Piper, cuyas interpretaciones dan a Alicia un color psicodélico y oculto.
Un elemento inherente al universo de ensueño es el misterioso transcurso del tiempo y la diferente temporalidad de las historias, de los asuntos cotidianos, de la imaginación de Carroll, como analiza Gillian Beer en un fascinante ensayo catálogo. La exposición de la Tate incluye obras que toman este aspecto de la historia de Alicia, por ejemplo, una del conceptualista Joseph Kosuth. “¿Me pregunto si habré cambiado durante la noche?”, cavila Alicia. “Déjame pensar, ¿era la misma cuando me desperté esta mañana? Casi creo que puedo recordar sentirme un poquito distinta. Pero, si no soy la misma, la siguiente pregunta es: ¿quién diablos soy? ¡Ah, ese es un gran enigma!” Esta es de hecho la pregunta existencial que constituye el núcleo de la más reciente filosofía sobre la condición humana pero Carroll y los artistas a quienes ha inspirado su Alicia estudiaron esta inquietante pregunta durante décadas.
Cuando de chica leí por primera vez los libros de Alicia, me resultaron extraños y duros y sentí que por debajo ocurría algo perturbador que yo no entendía. Cuando crecí, el deslumbrante ingenio y fantasía de las historias me conquistó. Pero esa corriente eléctrica de rareza y enigma sigue viva en las aventuras de Alicia y hace contacto con un cable en la imaginación de los artistas. Una obra de Rodney Graham expuesta en la muestra corporiza esta insinuación de conocimiento secreto: ha encerrado una edición antigua de Alicia con una elegante encuadernación ilustrada entre las dos mitades de un fantasmal estuche blanco, dividido en dos para que pueda vislumbrarse... ¿qué cosa? Como el Conejo Blanco, el sentido se escapa cuando uno quiere atraparlo. Como escribió Lewis Carroll sobre Alicia: “Todavía me acecha como un fantasma/ Alicia moviéndose bajo los cielos/ nunca vista por ojos despiertos”.
Alicia nos invita a entrar a nuestros fugaces estados de sentimiento y deseo, a nuestros propios y esquivos mundos de sueños.
(c) The Guardian
Traducción: Elisa Carnelli

miércoles, 18 de enero de 2012

Javier Vásconez: La ciudad del apostador


Tal vez sea ‘La sombra del apostador’ la novela más seductora de Javier Vásconez, desde el punto de vista de su argumento, por el equilibrio, la caracterización de sus personajes y su estructura. Se trata de un texto seductor, que obliga al lector a descubrir no sólo las motivaciones profundas de la conducta de sus personajes, los enlaces con otros textos de su propio autor, y un inteligente y oportuno empleo de recursos intertextuales, sino también las claves de su sobriedad, fluidez y tersura estilística.

‘La sombra del apostador’ es una novela que se singulariza en el contexto de la narrativa ecuatoriana y del resto del mundo hispánico, porque no se deja seducir por los artificios de la fantasía o la imaginación hiperbolizada, las historias testimoniales de actualidad, la experiencia homosexual u homofóbica, el ‘kitsh’, la parodia o la recreación de personajes y épocas remotas.

Su encanto reside en su voluntad de explorar el mundo urbano contemporáneo, sin descuidar sus diásporas, desplazamientos demográficos, sus exilios e insilios, con sus traumáticos desplazamientos culturales, pero desde las perspectivas de grupo de personajes sometidos cobijados en una ciudad que, con sus frustraciones existenciales, van creando a su alrededor.

Una ciudad que interactúa con ellos y los precisa en sus perfiles. Vasto escenario de barrios desdibujados, plazas, sórdidos hoteles y cafés, callejuelas y plazas, disimuladas u ocultas por una neblina recurrente y una lluvia obstinada e impredecible en su comportamiento. Se trata de una ciudad que el novelista ha construido con demora, en un sostenido y minucioso esfuerzo de imaginación a través del conjunto de sus libros.
Una ininterrumpida saga narrativa de notable coherencia, en la que una impresionante y consistente pléyade de personajes sostienen y dan vida a esa cambiante y singular ciudad que los envuelve. Personajes anclados en su pasado y en el aparente sinsentido de sus conductas, torturados por quimeras inalcanzables o entrampadas en una irremediable agonía.

En esa ciudad construida lúdica y morosamente por Vásconez —“para inventar esta ciudad me ha bastado echarme en la cama con unos cuantos libros y dejar que la higuera vaya alargando sus ramas”, dice el narrador de ‘La sombra del apostador’—, la que es y la que se quisiera, donde confluyen ambiciones subterráneas e inconfesables, victimarios y víctimas, como en un aquelarre que no admite exorcismo, un conjunto de personajes sin fisuras, sometidos a un destino prefijado a la manera del que cumplen los héroes de la tragedia griega.

Una urbe construida por los personajes que Vásconez invoca y convoca, un universo diferente al Yoknapatawpha de William Faulkner, a la Comala de Juan Rulfo o Región de Juan Benet, pero en atmósfera cercana a la Santa María de Juan Carlos Onetti y mitificada al delirio como lo fue La Habana de José Lezama Lima.

‘La sombra del apostador’ es un desafío a la curiosidad del lector, semeja un palimpsesto que debe ir develando en sus sucesivas y ocultas imágenes. Una narración entre cuyas páginas aflora una palpitante humanidad. Un entramado de historias que se separan, vuelven a fundirse y trenzan. Es el expediente de una secreta conspiración que Javier Vásconez —o mejor dicho, su homónimo alter ego— ubica en una ciudad cercada por soberbias y a veces escarpadas montañas.

Por el centro de esa trama, corren paralelas las relaciones contrariadas de parejas en las que el amor, más que una presencia palpable, es la prefiguración de un vacío alienante. Relaciones ensombrecidas por el pasado, por destinos impredecibles, frustraciones y secretos inconfesados, donde los personajes se ajustan a la tensión que comportan biografías cuya clarificación se escapa como el agua entre las manos. Se trata, sin duda, de un libro epónimo, que marca un antes y un después en el conjunto de la obra de Vásconez.

ALEJANDRO QUEREJETA BARCELÓ
Lahora.com.ec

viernes, 13 de enero de 2012

Lo nuevo de Paul Auster, primero en 'e-book'


El libro digital se ha convertido, en pocos meses, en un imprescindible para muchos lectores y escritores. Paul Auster es el último de los grandes escritores estadounidenses en apuntarse al formato electrónico. La editorial Anagrama lanzará el 19 de enero la edición digital de su nueva novela, Diario de Invierno y en papel unos días más tarde, el 1 de febrero. "El autor está muy ilusionado", apunta Paula Canal, responsable de e-books y del departamento de derechos de autor de Anagrama. Canal asegura que tanto Auster como la editorial tenían muchas ganas de explorar este terreno: "Lo hemos hecho por probar, por hacer algo diferente".
Este "experimento", como lo llama Casal, solo estará por ahora disponible en Europa. Los lectores de Estados Unidos y América Latina tendrán que esperar hasta agosto para leer la novela autobiográfica del autor de La Trilogía de Nueva York en sus e-books.
En Diario de Invierno, Auster narra sus experiencias vitales, en las que se sumerge cuando advierte la llegada de las primeras señales de la vejez. A partir de este viaje por el pasado, se suceden historias sobre sus propias vivencias sexuales, el recuerdo de sus padres, sus ataques de pánico o la lista de las 21 habitaciones donde el premio Príncipe de Asturias de las Letras vivió antes de llegar a su actual residencia, en Park Slope (Brooklyn, Nueva York).
La edición digital de Diario de Invierno tendrá un precio promocional de 10,99 euros entre el 19 de enero y el 1 de febrero. A partir de esta fecha se podrá adquirir por 14,99 euros.
Coincidiendo con el estreno de Auster en el mundo del libro electrónico el 1 de febrero, Anagrama pondrá a disposición de los lectores las ediciones digitales de otros títulos: Viajes por el Scriptorium (5,99 euros), La vida interior de Martin Frost (5,99), Brooklyn Follies (7,99), Sunset Park (7,49), Invisible (7,99) y Un hombre en la oscuridad (6,99).

R.H. - Madrid - 12/01/2012 

miércoles, 11 de enero de 2012

Goethe y la deuda griega



Grecia aparece últimamente como responsable de los males de Europa, y el dedo acusador se levanta a menudo desde Alemania. Pero Europa y la moderna Alemania se forjaron sobre los valores helénicos. ¡Quién sabe si Goethe no pediría hoy el perdón de la deuda griega, como los griegos perdonaron, tras la guerra, la deuda alemana! En la pintura mural Weimar 1803 Otto Knille retrató a la sociedad literaria más conspicua de la ciudad. En el centro de la imagen un busto de Homero de considerables dimensiones con el consejero áulico Goethe que apoya su brazo derecho sobre la escultura. La derecha del mural está ocupada por Schiller, que lo observa todo desde la distancia; alrededor, los hermanos Humboldt, Wieland, Schleiermacher, Herder, Gauss, Wilhelm Schlegel, Klinger, Tieck, Jean-Paul y Pestalozzi acompañados por Terpsícore, musa de la danza y el canto coral.
Weimar 1803 fue realizado en 1884 como una idealización de los representantes de la “aristocracia del espíritu” de la ciudad más ilustre del territorio germano. Aunque no estaban instalados en ella, hubieran podido pasar por allí Hegel, Hölderlin, Schelling, Fichte, el menor de los hermanos Schlegel y Kant, aunque era mayor –moriría al año siguiente– y no estaría dispuesto para el paseo.
Goethe fue de los primeros en reconocer a Grecia como el modelo para una Alemania utópica que habría de esperar más de setenta años para ver su unificación. Goethe descubrió Grecia en los libros de J.J. Winckelmann y aunque el historiador nunca llegó a Grecia, pudo deducir de las copias romanas todas las cualidades estéticas, físicas y ontológicas de los griegos; cualidades que podrían resumirse en “una noble simplicidad y una serena belleza”. Winckelmann describía las esculturas con imágenes minuciosas y sensuales y las exponía como ejemplo de un ideal en que la materia y el espíritu se identifican en la belleza del cuerpo humano.
Esta declaración de principios tuvo unas consecuencias imprevisibles en un país donde la sensualidad era una perversión del alma bella que debía renunciar a los sentidos para llegar a la transparencia de la pureza: la mística y el pietismo protestante renegaban de la carne. La reivindicación de la estética griega era la reivindicación del hombre, de su cuerpo, de sus sentidos y del placer, del gozo íntimo y propio con uno mismo.
Para Winckelmann, este gozo lo provoca la experiencia estética que reconoce que estas obras son el fruto de la civilización y la expresión de un sistema político que sólo es posible gracias a la libertad. Es perfectamente imaginable el efecto detonante que debió ejercer entre la aristocracia espiritual alemana la idea de que el arte surge de la libertad, y que la libertad sólo puede brotar de un pueblo y de un gobierno libres. La supuesta imitación de los griegos no debía ser una copia ruda y servil de las esculturas y los templos; lo que se debía imitar era el espíritu que los hizo posibles. Eran la emulación y el estímulo griegos los que harían que surgiera y se consolidara en Alemania un arte propio y se descubrieran los principios del arte, que sólo puede practicar un hombre libre en un pueblo libre.
Belleza y libertad es lo que ofrece Grecia. Sin embargo Alemania se siente inválida y anacrónica, sin una tradición sobre la que construir los preceptos griegos y sin una idea común que los ponga en práctica. El ámbito cultural alemán, desde los últimos años del siglo XVIII, tuvo como referente nada más que lo griego. Los términos lyceum , gymnasium , athenäum , elysium sustituyeron a los originales germanos. Las revistas Die Propyläen, Die Horen y Thalia proponían una renovación germana desde presupuestos helenos. Los estudios de griego y latín fueron obligatorios en todos los liceos, una exigencia que se mantuvo casi hasta hoy mismo.
Goethe y Schiller, con dos temperamentos distintos, dos concepciones de la vida y del arte radicalmente opuestas, tenían en común la confianza en que Alemania aprendería de la sabiduría griega y llegaría a ser una nación. Ellos fueron los primeros helenos germánicos que practicaron con el ejemplo: Schiller con la gracia y la dignidad, Goethe con la sensualidad y el pragmatismo.
La asimilación griega de Alemania incidió de manera decisiva en todos los aspectos de la nación germana. Y Grecia, a su vez, reconoció el esfuerzo de un país para integrarse en la modernidad: de pasar de un sistema agrario a una sociedad industrial. Ese tránsito abrupto conmocionó el país, puesto que mientras los modos de producción eran industriales y modernos, la estructura de la sociedad seguía siendo medieval. Esta grave situación dio lugar a las dos guerras mundiales que ella misma provocó y sus derrotas tuvieron la dimensión de las razones que las suscitaron.
Al final de la Primera Guerra Mundial, en 1918, Alemania fue obligada en el Tratado de Versalles a indemnizar a sus enemigos. En Weimar había perdido la guerra y la deuda era de 20.000 millones de marcos oro. Esta cifra creció hasta 296.000 millones, que debía de pagar en 42 años. La humillación de la derrota y las consecuencias económicas de la guerra, y de la deuda, llevaron al país a una situación límite que, en parte, explica la ascensión del nazismo. Adolf Hitler dejó de pagar la deuda y se enfrascó en la Segunda Guerra Mundial, que perdió otra vez con consecuencias desastrosas.
La situación de la deuda era tan insostenible que en 1953 Alemania pidió a sus acreedores que le perdonaran los pagos. Veintidós países, incluida Grecia, firmaron el Tratado de Londres. Les perdonaron la mitad de los 50.000 millones que debían de la Primera Guerra Mundial. “Para la joven Alemania, aquel gesto supuso una ayuda enorme –dice Jürgen Kaiser, coordinador de la iniciativa Año para la Condonación de Deuda ( Erlassjahr )–. El interés de la deuda de aquel entonces es comparable con el que hoy tiene que pagar la propia Grecia”.
La reunificación alemana se materializó el 3 de octubre de 1990. Pero las autoridades alemanas tardaron veintiún años en pagar la deuda. En 2010 se pagaron 25.000 millones generados por la Primera Guerra Mundial.
Alemania es el país de la comunidad europea que más presiona para que Grecia ajuste sus finanzas, pero algunas voces han recordado a los alemanes que están en deuda con Grecia, por otras muchas razones más que por su condonación. El profesor de historia económica Albrecht Ritschl ha pedido a Berlín que no olvide su pasado. Estas iniciativas alemanas piden que se cree la figura de la insolvencia internacional. Erlassjahr reivindica que se tome el Acuerdo de Londres en 1953 como ejemplo. Entonces los griegos permitieron descargar de deuda a Alemania y contribuyeron parcialmente al milagro económico alemán. Hoy, Grecia tiene sobreendeudamiento, pero podría recibir ayuda mediante la condonación parcial de su deuda por parte de Alemania y de otros países como se hizo en 1953. ¿Tanto le urge a Alemania el cobro de Grecia? Es una paradoja, una falta de memoria, un olvido voluntario, una renuncia a los valores helénicos que transformaron a Alemania en un país moderno; no únicamente por la decisión de Grecia a condonar la deuda germana, si no por los mismos humanistas alemanes que recogieron el testimonio griego, europeizaron Alemania y procuraron el ejemplo de la democracia de Grecia.
Ese menosprecio de los alemanes es el menosprecio al humanismo de Weimar de 1803.

El poema total


José Manuel Caballero Bonald publica Entreguerras, un libro formado por un solo poema de casi 3.000 versos. Irracionalista y autobiográfico, es un compendio de la vida y la obra de su autor, que con 85 años afirma: "Después de esto ya no voy a escribir nada".

No voy a escribir nada más", dice sentado en su casa de Madrid José Manuel Caballero Bonald, jerezano de 85 años cumplidos en noviembre, con estudios de Náutica, Astronomía, Filosofía y Letras y casi todos los premios disponibles, entre ellos, tres de la Crítica en, caso raro, dos géneros distintos -poesía: Las horas muertas (1959) y Descrédito del héroe (1977), y novela: Ágata ojo de gato (1974)-. Como las de los toreros, las retiradas de los escritores son casi un género literario: nunca se sabe si un artista se retira del todo. Pero Caballero Bonald ha dado ya señales de que habla en serio. En 1992 publicó la novela Campo de Agramante y no ha vuelto a reincidir en la ficción. En 2001 cerró con La costumbre de vivir las memorias que había abierto seis años antes con Tiempo de guerras perdidas. El relato de sus recuerdos se detuvo en la muerte de Franco y ahí sigue. Demasiado desencanto en la transición política. Demasiada gente viva en el posible índice onomástico.

"La experiencia que estaba descifrando era a veces oscura y el texto también lo es. La poesía es hermética cuando lo es el mundo que pretende describir"

"Ahí está todo lo que he escrito y todo lo que he vivido, ahí está como el compendio de mi literatura y mi vida y eso le da un valor estético especial"

"Entre mis novelas salvo 'Campo de Agramante' y sobre todo 'Ágata ojo de gato', que en el fondo responde a una formulación poética"

"Después de esto ya no voy a escribir nada, no tengo necesidad", dice. ¿Seguro? "Algún artículo que me pidan", concede porque conoce la costumbre necrológica de los periódicos y su condición de superviviente de una generación, la de los años cincuenta, diezmada antes de tiempo. Él formaba parte de ella con sus amigos Ángel González, Juan García Hortelano, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, Claudio Rodríguez... Alguna vez ha mirado la foto histórica del homenaje a Machado en Collioure (1959) y ha comprobado que solo él queda vivo de aquel viaje a Francia. Para Caballero Bonald el esto de "después de esto" es Entreguerras (Seix Barral), el libro-poema de casi 3.000 versículos que publica la semana que viene y que ha subtitulado con un homenaje, ambicioso y explícito, a Lucrecio: O de la naturaleza de las cosas. El volumen está rubricado en octubre de 2011 y Caballero lo empezó en abril del año anterior. Entre una fecha y otra hubo cuatro borradores: "Es el libro que he escrito en menos tiempo, cosa que va un poco en contra de mis hábitos. Lo escribí en un estado de ánimo muy especial, como estimulado por una apremiante voluntad introspectiva". Con un "carácter autobiográfico clarísimo", el conjunto prescinde de los signos de puntuación: "Lo pedía el carácter fluvial del poema, el propio flujo y reflujo de la memoria". Más de una vez ha dicho Caballero Bonald que en un poema las palabras deben tener un significado más amplio que el que tienen en los diccionarios y esa tensión se ha traducido en Entreguerras en un viaje por los límites del lenguaje, violentando la gramática, ahondando en la complejidad de la memoria: "No he huido del hermetismo, llegado el caso", explica el poeta. "La experiencia que estaba descifrando era a veces oscura y el texto también lo es. La poesía es hermética cuando lo es el mundo que pretende describir, esas palabras que lo identifican".

Entreguerras tiene, de hecho, algo de salto mortal por parte de un escritor al que las historias de la literatura le habían abierto hace años un capítulo amplio y cómodo, con vistas al Parnaso y calefacción central. "A mi edad hacer este libro... Al terminarlo pensaba que no me correspondía, que estaba excediéndome en la cuota de las osadías testamentarias y que podía conducirme a un callejón sin salida. Pero superé el trance y ahí está todo lo que he escrito y todo lo que he vivido, ahí está como el compendio de mi literatura y mi vida y eso le da un valor estético especial. Con toda seguridad es el final de mi obra. Después de esto ya no voy a escribir nada, no me va a hacer falta". Más que de angustia, esa certeza, dice, le produce una sensación de "liberación". "Antes, cuando terminaba un libro me sentía incómodo, sospechaba de mí mismo. En este he tenido menos dudas. Pensar que es mi último libro me da una sensación de plenitud, no me desconcierta. Ya he cumplido".

La última palabra del último verso es "vida". No puede ser casual. No lo es. "Soterradamente hay una preocupación grave por la edad, por el paso del tiempo, esa sensación de acabamiento. Con este libro se ha acabado mi literatura y se ha acabado mi vida. Lo último sí es preocupante, pero se contrarresta con la sensación de plenitud". ¿Y la eternidad? "Me gustaría creer en ella. Cuando se esparzan mis cenizas en el sitio que yo quiero terminaré convirtiéndome en árbol, en agua, en piedra... Viviré en la naturaleza para siempre. Incluso puedo compartir la idea de divinidad, sin roces ni traumas".

Cerrando todos los círculos posibles, Entreguerras ve la luz cuando se cumplen 60 años de la aparición de Las adivinaciones, el libro de poemas con el que se estrenó Caballero Bonald, y 50 de la de Dos días de septiembre, su primera novela. Aquel fue accésit del Premio Adonais. Esta ganó el Biblioteca Breve. Dos hitos más de un tiempo que parece otra era. Para su protagonista, que de continuo remite a su vejez -"tengo ya muchos años y lo mínimo que puedo tener son etapas"-, la edad ha hecho su propia criba: "Tengo mis propios litigios con mi obra novelística", explica. "Renuncié a la narrativa hace ya años y hoy soy incluso mal lector de novelas. Entre mis novelas salvo Campo de Agramante y sobre todo Ágata ojo de gato, que en el fondo responde a una formulación poética. Lo demás han sido búsquedas más o menos bien articuladas. No me considero en puridad un narrador, soy un poeta que hizo algunas incursiones novelísticas". Pese a todo, Dos días de septiembre colocó a Caballero Bonald en la primera división de la narrativa española del medio siglo sin colgarle el, peligroso por perdonavidas, sambenito de novela de poeta: "Fue mi tributo al realismo social. La escribí deliberadamente así, pensando que tenía que ser el testimonio crítico de una determinada sociedad... Fue un ejercicio novelístico del que estoy satisfecho, sobre todo por el cuidado lingüístico. Apruebo en este sentido todas mis novelas, pero ninguna me complace tanto como Ágata". Además, aquella novela inaugural, denuncia de una sociedad andaluza anquilosada, le valió en su propia ciudad el calificativo de antijerezano. Agua pasada hoy, cuando el escritor tiene allí incluso una fundación con su nombre. "No me acuerdo muy bien, pero creo que se acabó entendiendo que también se critica lo que se ama. A Jerez le tengo el apego que se puede tener a la patria en la que naces, aunque ya se sabe que las patrias, chicas o no, son todas equívocas. Lo que se ve desde la ventana donde uno soporta la vida con placer, eso es la patria. Yo he tenido cuatro o cinco patrias predilectas".

A Caballero Bonald no le importó que lo llamaran antijerezano, y el mismo efecto le produjo que lo llamaran barroco. "Supongo que soy barroco", dice convencido, "por naturaleza, por contagio del paisaje físico que más me atrae. Para mí el barroquismo nunca ha sido una complicación sintáctica o léxica ni una acumulación de bellos términos para llenar un vacío, sino una aproximación a la realidad a través de palabras nunca usadas para definir esa realidad. Eso es el barroco. Algo, por cierto, que conecta con la idea de lo real maravilloso de Alejo Carpentier, o con el surrealismo. Me interesa esa búsqueda del enigma que hay detrás de la realidad. A veces pones juntas dos palabras que nunca lo han estado y se abre una puerta, se descubre un mundo. Y eso se produce incluso por puro atractivo fonético, por la música de las palabras. Siempre he dicho que la poesía es una mezcla de música y matemáticas". Desde ese presupuesto, no es extraño que el fervor de Caballero Bonald por Góngora se sumara a su deslumbramiento adolescente por Espronceda, al que descubrió en una biografía que retrataba al poeta romántico con rasgos dignos de fascinar a un adolescente... Más rendido a su vida que a su obra, Caballero Bonald se lanzó a imitarlo escribiendo poemas y llevando una vida "licenciosa". "Digamos que siempre he estado abriéndome camino entre el surrealismo y el romanticismo".

Las noches del poeta duraban días. Ya no, pero de entonces le queda un único proyecto que no pasó de ahí: escribir la biografía de un cantaor flamenco que fuera la cifra de los muchos que ha conocido. "Algo parecido a lo que hizo Cortázar con Charlie Parker en El perseguidor", dice un autor que ha escrito ensayos como Luces y sombras del flamenco y publicado una antología discográfica como Archivo del cante flamenco. "Todo eso de declarar al flamenco patrimonio inmaterial de la humanidad y de que haya cátedras en la universidad e instituciones que lo tutelan no concuerda con la libertad intrínseca del flamenco, que siempre ha ido por libre, ha sido una protesta sin destinatario, el grito de un pueblo larga y tenazmente sojuzgado. A mí me atrajo porque era un arte marginal al que ni los propios andaluces apreciaban, salvo para esas juergas indecorosas

... Era un arte propio de gente errática, menesterosa, vinculado a un clima tabernario, prostibulario. Me conmovía andar con esas gentes que habían heredado la cristalización de muchas antiguas raíces musicales". Antes de dejarse llevar por el tobogán de los recuerdos, Caballero Bonald aclara: "No soy ni mucho menos un purista. Detesto el purismo en todos sus órdenes. El flamenco ha evolucionado de acuerdo tal vez con las necesidades de los destinatarios, que pedían algo más asequible. Yo defiendo las fusiones, con el jazz, por ejemplo, que no es mala alianza. Ya Demófilo, el padre de los Machado, contaba que el flamenco cambió cuando, en el siglo XIX, saltó del anonimato a los escenarios. Dejó de tener esa atracción de lo clandestino, de lo minoritario. Ahí empezó no a degradarse sino a tener otro sentido, a obedecer a otros estímulos, porque el sentido primordial del flamenco es una habitación y cuatro o cinco personas oyendo cosas imposibles. Pero todo eso ya es una estampa anacrónica".

Con el primer ejemplar de Entreguerras sobre la mesa -hay un reloj deformado en la cubierta-, su autor, devoto de Terremoto de Jerez, de Manuel Agujetas, del Sordera, fantasea con esa biografía que, asegura, nunca escribirá. "El cantaor es un hombre de estirpe lunática, de una personalidad más bien delirante, saben mucho y no saben nada. Han heredado su sabiduría expresiva por tradición oral y cantan como el que es artista porque su padre también era un buen artista. Sus modelos de vida pueden ser muy enigmáticos y muy simples al mismo tiempo. Y luego están esos relumbres de ingenio, la sabiduría de la sangre... y la locura. Terremoto era un hombre disparatado, Agujetas más todavía. Todos se van volviendo excéntricos, tocados por una extraña tentación del abismo. Tal vez su desequilibrio venga de la propia naturaleza de lo que cantan, de ese tortuoso sacar a flote la intimidad por medio del ritmo. Como en el jazz. El grito del cante es una experiencia que lleva al cantaor a una situación límite".

Caballero Bonald habla con tanta convicción que parece mentira que no vaya a lanzarse a escribir su perseguidor particular. Dice que no. Ahora habrá que buscarlo en los periódicos, donde la edad le ha obligado a redactar la necrológica de sus amigos más veces de las que hubiera querido. "Todos han muerto", dice sin patetismo. "Queda Brines, al que quiero mucho, pero con el que no anduve tanto. Echo mucho de menos a Ángel González y a Juan García Hortelano, mis amigos del alma. Y a otros grandes amigos suramericanos ya muertos: a Jorge Gaitán, a Eduardo Cote, a Martínez Rivas, a Ernesto Mejías, a Julio Ramón Ribeyro... Eran compañeros muy afines, muy predispuestos a la desobediencia, bebían lo suyo y las noches eran de larga duración... Pero todo eso se fue al garete, como tantas otras cosas... La vejez es una cabronada".

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS 07/01/2012 

martes, 10 de enero de 2012

Álvaro Pombo se quedó con el premio Nadal de novela



Con su novela El temblor del héroe, Álvaro Pombo resultó ganador de la 68° edición del Premio Nadal de novela, el más antiguo de los que se conceden en España, dotado con 18.000 euros. La novela aborda la experiencia de un profesor universitario ya jubilado, que es testigo de un hecho que en la novela se convierte para Pombo en la oportunidad de hablar sobre la indiferencia en la sociedad. "Mi novela trata de la ética del cuidado. Hay ética del cuidado y de la responsabilidad. Yo trato la del cuidado pero al revés... son personajes que descuidan a otros", explicó al recibir el galardón. "Si no cuidamos a las personas, el mundo se viene abajo", apostó.

A los 72 años, nacido en Santander, miembro de la Real Academia española, y con el Premio Planeta 2006 en su haber, Pombo es un prolífico escritor de novelas con un interés social. Licenciado en filosofía y letras, Pombo hizo su debut con Protocolos, un libro de poesía en 1973 y un año después Variaciones, que recibió el premio El Bardo para poetas nóveles. En 1977 publicó el libro Relatos, doce cuentos poblados de personajes estrafalarios, dedicándose a partir de entonces a la novela. También ganó el premio Herralde de novela con El héroe de las mansardas de Mansard (1983), donde traza una magnífica historia de una familia de la alta burguesía de Santander, su terruño. Otras de sus obras literarias fueron Los delitos insignificantes (1986) y El metro de platino iridiado (1990).

En las últimas elecciones fue candidato al Senado de UPyD (Unión Progreso y Democracia, que lidera Rosa Díez) por Madrid. El jurado terminó de decidir mientras se celebraba, como todos los años, una cena de gala en un lujoso hotel de Barcelona. De los 313 aspirantes, cuatro originales provenían de Argentina, tres de México, dos de Ecuador y uno de Colombia, Perú, Cuba, Bolivia y Uruguay. Aunque la mayoría de los originales tenína su procedencia de España, siendo Barcelona y Madrid las provincias con más participantes. El Jurado estuvo formado por Germán Gullón, Lorenzo Silva, Andrés Trapiello, µngela Vallvey y Emili Rosales.