Poeta satánico, ebrio de poesía y ajenjo, de versos y maldiciones, Charles Baudelaire fue también, al final de su vida, un autor consciente de su lugar en la posteridad, que buscaba subvenciones de Estado, necesitaba dinero demasiado a menudo y pedía favores a los editores, críticos y escritores más prestigiosos. Es el Baudelaire humano, demasiado humano quien se retrata en el volumen de Cartas inéditas que ha preparado Mario Campaña (Bassarai) y que aparece estos días. El Cultural ofrece como anticipo las mejores cartas.
A Auguste Poulet-Malassis [su editor]
París, viernes 16 de diciembre de 1853
Mi querido Malassis: Le ruego, si es posible, que en cuanto haya recibido mi carta me envíe por correo, en forma de giro postal, una suma cualquiera. Lo dejo a su comodidad, como ve, porque es evidente que no puede ser una suma muy grande. se trata simplemente de encontrar algunos días de reposo y aprovecharlos para terminar cosas importantes que darán resultado positivo el mes próximo [...].
Me es imposible contarle todos los infortunios que han ocurrido este año en mi vida, por mi culpa, y sin mi culpa. Año estéril. Todo este grotesco poema no le concierne y no le interesará. ¡Usted vive en tanta calma! Mi vida, para mí, usted lo puede adivinar, estará siempre hecha de cóleras, de muertes, de tormentas y sobre todo de descontentos sobre mí mismo. Este lenguaje no es enfático; le escribo sin ninguna sobreexcitación nerviosa. Todo lo que sé, todo lo que siento, es que a consecuencia de una serie de desventuras en las que mi estupidez tiene su parte, acabo de perder un año entero y que tengo que hacer cuatro volúmenes y tres comedias; que estas obras no están hechas, que he recibido dinero por alguna de ellas, y que no tengo dinero para trabajar, no ya quince días, sino ni siquiera un día. No encontrará sorprendente que haya pensado en usted, que ha sido siempre tan amable conmigo.
PD. con o sin dinero, respóndame enseguida [...]
Charles Baudelaire
A Victor Hugo
París, 23 de septiembre de 1859
Señor, tengo la más grande necesidad de usted e invoco su bondad. Hace unos meses escribí un artículo sobre mi amigo Th. Gautier, que ha provocado tal estallido de risa entre los imbéciles que he juzgado adecuado hacer un cuadernillo, aunque sólo sea para probar que no me arrepiento en absoluto. [...] He sabido por nuestro amigo común, el señor Paul Maurice, que usted había tenido la bondad de escribirme una carta que aún no ha podido ser encontrada [...] Como quiera que sea, he experimentado por esto un amargo pesar. ¡Una carta suya, señor, a quien ninguno de nosotros ha visto desde hace tanto tiempo; de usted, a quien sólo he visto dos veces, y de eso hace casi veinte años, es algo sumamente agradable y precioso!
Es necesario, sin embargo, que le explique por qué he cometido la prodigiosa impertinencia de enviarle un papel impreso sin adjuntarle una carta, un homenaje cualquiera, un testimonio de respeto y fidelidad. [...] Conozco sus obras de memoria y sus prefacios me muestran que he sobrepasado la teoría generalmente expuesta por usted sobre la alianza de la moral con la poesía. Pero en un momento en que el mundo se aleja del arte con horror y los hombres se dejan embrutecer por la idea exclusiva de utilidad, creo que no hay nada malo en exagerar un poco en el sentido contrario. Quizá he reclamado demasiado. Era para obtener lo necesario. En fin, aunque un poco de fatalismo asiático se hubiera mezclado en mis reflexiones, me considero digno de perdón. El espantoso mundo en el que vivimos fomenta el gusto por el aislamiento y la fatalidad.
He querido sobre todo conducir el pensamiento del lector hacia esa maravillosa época literaria en que usted fue el verdadero rey, tiempo que vive en mi espíritu como un delicioso recuerdo de infancia. [...] Necesito de usted. Necesito de una voz más alta que la mía y la de Théophile Gautier; necesito de su voz dictatorial. Quiero ser protegido. Imprimiré humildemente lo que usted se digne escribirme. Le suplico que no se sienta incómodo. Si encuentra en estas pruebas alguna cosa censurable, sepa que mostraré su censura dócilmente, sin vergöenza excesiva. Una crítica suya, ¿no es en realidad un halago, puesto que es un honor? [...]
Recuerdo que después de esa publicación usted me envío un cumplido especial sobre mi deshonra, que usted definió como una decoración. Yo no lo comprendí bien, porque todavía estaba preso de la cólera causada por la pérdida de tiempo y dinero. Pero hoy, señor, lo comprendo muy bien. Me encuentro fuerte y alegre en mi deshonra y sé que de ahora en adelante, en cualquier tipo de literatura en que me prodigue, seguiré siendo un monstruo y un hombre-lobo.
[...] Si no tuviera aquí deberes que cumplir, me iría al fin del mundo. Adiós, señor, si alguna vez mi alegre nombre fuera pronunciado de una manera grata en su feliz familia, sentiría una inmensa dicha.
Charles Baudelaire
A Gustave Flaubert
París, 26 de junio de 1860
Mi querido Flaubert, le agradezco muy vivamente su excelente carta. Me conmovió su observación. Hurgando sinceramente en el recuerdo de mis sueños, me he dado cuenta de que siempre he estado obsesionado por la imposibilidad de percibir ciertas acciones o pensamientos repentinos del hombre sin la hipótesis de la intervención de una fuerza maligna exterior a él. He aquí una gran confesión, de la que todo el siglo XIX conjurado no me hará sonrojar. Observe que no renuncio al placer de cambiar de idea o contradecirme. Si me lo permite, uno de estos días, cuando vaya a Honfleur, me detendré en Rouen; como presumo que usted es parecido a mí y que odia las sorpresas, se lo anunciaré anticipadamente. Dice usted que trabajo mucho. ¿Se burla cruelmente? Mucha gente -yo no me cuento en ese grupo- cree que no hago gran cosa. Trabajar, trabajar sin cesar: para eso hace falta no tener sentidos, no tener ensoñaciones; ser una pura voluntad siempre en movimiento. Quizá lo consiga un día.
Todo suyo,
Charles Baudelaire
Ps. Siempre he soñado leer (completo) la Tentación y otro libro singular, del que usted no ha publicado ningún fragmento (Noviembre). ¿Y cómo va Cartago?
Charles Baudelaire
A Charles Asselineau
Bruselas, 5 de febrero de 1866
[...] Escribir no es cosa fácil para mí. Me proporcionaría usted un gusto si tuviese algún buen consejo que darme. Desde hace veinte meses he estado casi siempre enfermo... En febrero del año pasado, violentas neuralgias en la cabeza o reumatismo agudo, lancinante; casi quince días. ¿Podría ser otra cosa? Retorno de los mismos problemas en diciembre. Una tarde, en ayunas, me pongo a girar y a dar vueltas como un borracho, agarrándome a los muebles y arrastrándolos conmigo. Vómito de bilis o espuma blanca. He aquí invariablemente la gradación: me siento perfectamente bien, estoy en ayunas, y de golpe, sin preparación ni causa aparente, experimento sensación de vaguedad, distracción, estupor; y después un atroz dolor de cabeza. Me es absolutamente necesario acostarme de espaldas. Enseguida, sudor frío, vómitos, un largo estupor. Para las neural- gias me habían hecho tomar píldoras compuestas de quinina, digital, belladona y morfina. Después, aplicación de loción de alcanfor y trementina, inútil, por otro lado, según creo. Para los vértigos, agua de Vichy, valeriana, éter, agua de Pullna. El mal ha persistido. Ahora, unas píldoras en cuya composición recuerdo que entra la valeriana o el óxido de zinc, el asa fétida, etc, etc. ¿Son un antiespamódico? El mal persiste. Y el médico pronuncia la gran palabra: histeria. En buen francés: echo mi lengua a los perros. él quiere que pasee mucho. Es absurdo. Además de que he adquirido una timidez y torpeza que hacen la calle insoportable, no hay modo de pasearse aquí, a causa del estado de las calles y los caminos. Cedo por primera vez al deseo de quejarme. ¿Conoce usted este género de enfermedad?
Gracias una vez más por su cariñosa carta. Déme la distracción de una respuesta. Un apretón de mano para Banville, Manet, Champfleury, si los ve.
Charles Baudelaire
A Narcisse Ancelle [su tutor]
Bruselas, 18 de febrero de 1866
Mi querido amigo:
Su terrible carta acababa de llegar cuando la mía salía. Estoy desolado porque Lécrivain no ha ido a verle, o que usted no haya esperado mi carta. Lécrivain estaba convencido de que el trato se haría con los Garnier; veo que él ha tenido muchos malentendidos en esta conversación. Hippolyte G[arnier] no había visto a Lemer ¡desde hacía un año! ¿Qué significa la carta de Lemer, que le he enviado a usted, y la visita de Garnier a Sainte-Beuve? ¿Qué importa que yo esté en Bruselas? He hecho aquí un libro (el último) para Michael Lévy. Los paraísos han tenido un gran éxito literario; pocos libros han tenido tantas reseñas. El hundimiento de Malassis sólo ha impedido la difusión y el éxito económico. Los Contemporáneos son absolutamente desconocidos. Varios fragmentos han aparecido, pero en periódicos desconocidos, archi-ignora- dos. Las flores del mal, ¡libro olvidado! Eso es demasiado absurdo. Todavía lo piden. Quizá comience a ser comprendido dentro de algunos años. ¡Hetzel! Ni siquiera hubo un comienzo de ejecución con Hetzel! Me había compradoLe Spleen de Paris y Las flores. Pero como le dije que quería vender todo de una sola vez me liberó del compromiso anterior, porque creía, como yo, como Lemer, que estos dos volúmenes facilitarían la venta del conjunto. Sólo queda por acordar con Hetzel una pequeña cuestión de dinero. [...] Y ahora, ¿qué hacer? ¿Dividir el todo en partes? Creo que eso sería imprudente y largo. ¿Quiere usted empezar una nueva negociación, aunque sólo fuese preliminarmente, mientras espera que yo vaya a París? [...]
Charles Baudelaire
Fuente: http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/8994/Baudelaire_cartas_malditas
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