Hace 20 años este mes se publicó en los Estados Unidos la novela Todos los hermosos caballos (All the Pretty Horses) de Cormac McCarthy. McCarthy era un autor totalmente marginal. Tenía 59 años de edad y había publicado cinco novelas pero ninguna de ellas había vendido más de 5.000 ejemplares. Era lo que se lama “un escritor de escritores.” Hoy en día, con 79 años de edad McCarthy es considerado un tesoro viviente de las letras estadounidenses. Ha ganado los premios más importantes de su país para un autor de ficción. Además, es un favorito de Hollywood. La adaptación de su novela No es país para viejos por los hermanos Cohen, por ejemplo, ganó un Oscar por mejor película en el 2007. Este año un guión original de McCarthy será filmado por Ridley Scott. Solo se le esquiva el Nobel, para el cual es un firme candidato. Pero el punto de infección en la carrera de McCarthy fue Todos los hermosos caballos.
El 19 de abril de 1992 salió un largo perfil de Cormac McCarthy en la revista del domingo de The New York Times. Parecía mentira. Según la nota uno de los autores más importantes de los Estados Unidos era un desconocido, casi ermitaño –apenas leído— que vivía en El Paso, Texas. Un hijo literario de Herman Melville y William Faulkner, nunca había dado una entrevista en su vida. Cortaba su propio pelo. Había dejado de beber hace unos diez años. Escribía sus libros con una Olivetti manual en hoteles de mala muerte. Le interesaba más la ciencia que la literatura pero su gran ambición –por más que no lo declarara directamente- era se el gran escritor del mito del sur-oeste de los Estados Unidos. Próximamente se publicaba una nueva novela con un curioso titulo que contaba la odisea de dos adolescentes tejanos en 1950 que viajan a México a caballo. Parecía mentira. O sino, una operación mediática.
Aunque no había sido premeditado, el éxito de McCarthy se debió a esta curiosa circunstancia: que era un autor nuevo, pero viejo. Que era un novelista que era una novedad absoluta, pero con una importante obra ya escrita. Todos los hermosos caballos es una bisagra en su carrera porque trata de todas sus obsesiones, pero en una forma menos crudo que sus previos libros: la violencia; el desarraigo del hombre por el avance de la civilización altamente tecnológica; la naturaleza de la maldad; la relación entre los hombres y los animales; el arquetipo del viaje hacía lo desconocido. Y marcó el camino para las novelas de la segunda etapa de su vida, incluyendo La Carretera, que ganó un Pulitzer en el 2007.
El mejor homenaje que puede recibir un artista es de otro artista, no de un académico o critico profesional. En un programa de radio de ciencia en abril del año pasado de la cadena estadounidense NPR, Cormac McCarthy estuvo reunido con el cineasta alemán Werner Herzog para hablar sobre las conexiones entre la ciencia y el arte. Al fin de ese programa Herzog se adueño del micrófono y se puso a leer de las últimas páginas de Todos los hermosos caballos. Antes de leer Herzog dijo de McCarthy: “Inventa paisajes enteros. Inventa caballos, los describe de una manera que nunca hemos visto antes. Por mera declaración, Cormac McCarthy crea paisajes enteramente nuevos que han sido desconocidos para nosotros; aunque pareciera haber existido, como Faulkner inventó y describió es sur profundo; o como Joseph Conrad describió las junglas y los misterios… No hay nada mejor. Y por décadas no hemos tenido un lenguaje como este en la literatura americana.”
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