viernes, 29 de junio de 2012

Harry Potter cumple 15 años

Resulta harto difícil contar algo nuevo sobre Harry Potter. La prensa y los fans han explorado (y explotado) cada centímetro de la historia del niño mago. Han filtrado sus libros. Han perseguido a J. K. Rowling para pedirle una octava entrega. Han creado enciclopedias temáticas con miles de entradas. Han rebuscado en la basura de los actores de las películas: los problemas de Daniel Radcliffe con el alcohol, el paso de Emma Watson por la Universidad de Brown y su posterior abandono, la detención de un actor de reparto por posesión de marihuana....

Siete libros, ocho películas y quince años después, Potter y compañía podrían decir aquello de «somos más famosos que Jesucristo». Sería exagerado. O no, porque un sencillo cálculo revela que hay un libro de Rowling por cada 16 ciudadanos del mundo. Basta con dividir la población mundial, 7 mil millones, entre los 450 millones de ejemplares que ha vendido la autora desde la aparición del primer volumen. El niño del rayo en la frente ha viajado a 200 países y ha lanzado hechizos en más de 70 lenguas diferentes (incluido, según indica Salamandra, la editora del libro en España, el latín, el griego antiguo, el zulú y el bengalí).

Rowling se hizo con su particular «snitch dorada» hace 15 años, y no parece dispuesta a soltarla; sería una «tontería» descartar tajantemente un octavo libro, ha asegurado varias veces. Esta es la historia de una mujer que, en cinco años, pasó de soñar con un futuro mejor para su bebé a ser más rica que la Reina de Inglaterra.

Harry Potter y la lotería de Rowling

El niño mago nació en un tren de Manchester a Londres. En 1990, el convoy en el que viajaba una joven profesora de 25 años se quedó parado durante horas, y ésta aprovechó la espera para garabatear el esqueleto de una historia generacional. El argumento de Potter se iría gestando con el tiempo.

Un año más tarde, Joanne K. Rowling, graduada en Francés y Filología Clásica, se trasladó a Oporto para enseñar inglés. La escritora se casó con un periodista portugués y juntos tuvieron una hija, pero el compromiso no duró demasiado. En 1993, la escritora regresó a Gran Bretaña. Se instaló en un apartamento de una sola habitación, y empezó a trabajar como profesora de francés. En sus ratos libres, y mientras su hija dormía, escribía en los cafés. Era su forma de «sobrevivir» al tedio de su vida en Edimburgo, ha reconocido en alguna ocasión. Así fue como dio forma a su primera novela, «Harry Potter y la piedra filosofal».

Volumen en mano, se puso en contacto con varios agentes, y Christopher Little se interesó por ella. Tras varios rechazos, el 30 de junio de 1997 el pequeño mago aterrizó en las librerías británicas. Entonces era imposible imaginar la dimensión del fenómeno Potter, y lo sorprendente de la noticia era que una madre soltera había vendido su primer libro por unos 125.000 euros en Estados Unidos. Bloomsbury lo publicó en Gran Bretaña, y la plataforma educativa Scholastic al otro lado del Atlántico.

Durante los siguientes años, Rowling estrenó prácticamente un libro cada verano, hasta que en 2007 «Harry Potter y las Reliquias de la muerte» cerró la saga de un niño que ya era hombre y había crecido a la par que sus lectores.

Realidad en la ficción (y viceversa)

La historia está salpicada de referencias autobiográficas. El cumpleaños de Potter coincide con el de la escritora (31 de julio), y se especula sobre si el fallecimiento de su madre cuando aún era joven (45 años) se «refleja» en la muerte de los padres del mago. La escocesa se inspiró en un amigo del colegio para crear el personaje de Ron, y Hermione es una caricatura de sí misma cuando era pequeña. ¿Y Harry? Potter es, en realidad, el apellido de sus vecinos cuando la niña Rowling vivía en Winterbourne.

Pero la realidad en torno a la saga ha adquirido también apariencia de ficción. Niños y periodistas perseguían a Jessica, la hija de la autora, para sonsacarle los secretos de las nuevas entregas del libro; más de 40.000 aspirantes se presentaron al casting de la primera película; la fortuna de la autora superó a la de Isabel II y llegó a rondar los mil millones de dólares (según la revista Forbes); Daniel Radcliffe, alter ego de Potter en la filmografía, asistía ebrio a las sesiones de grabación de la última entrega... Argumentos no faltan para filmar un documental sobre el «behind the scenes» de las aventuras en Hogwarts.

La escritora ultima ahora su primera novela para adultos, «The Casual Vacancy», que se estrenará en otoño. Hace unos meses aseguró que estaba preparando una enciclopedia –largamente prometida a los fans– sobre el mundo de Potter, cuyos beneficios donaría a causas benéficas. No obstante, el mes pasado rectificó esta detalle en su página web y ahora el mensaje es el siguiente: «(Actualizado en mayo de 2012) He disfrutado compartiendo información acerca del mundo de Harry gratis en Pottermore, no tengo planes firmes de publicarla en un libro».

La enciclopedia sería el último cartucho mágico de la escocesa. El último o el penúltimo, puesto que Rowling nunca ha dicho «no» a una octava entrega. «Creo que he redondeado la historia de Harry en estos siete libros», respondió a sus lectores, ávidos de partidos de quidditch, enfrentamientos Gryffindor-Slytherin y choques legendarios entre el adolescente y Lord Voldemort, «pero puede que quiera retomarlo dentro de unos años».

Veremos si el círculo de Potter se cierra definitivamente. Mientras tanto... Happy Birthday, Harry Potter!

martes, 19 de junio de 2012

Presentación libro "Después de la nieve"



Luego de la presentación en Londres, Madrid, México y Buenos Aires, se presenta en Quito el libro que se ha convertido en un fenómeno mundial de ventas.Después de la nieve de Sophie Crocket

Lugar: Mr Books. El Jardín,
Fehca: 21 de junio
Hora: 18h30pm

Willo es un joven renegado que vive en el peligroso y árido paisaje de una nueva era glacial. Un día, al regresar de su habitual cacería de liebres en la colina nevada, descubre que su padre no está. Ni Magda. Ni los niños. Todos han desparecido. ¿Por qué? ¿Quién se los llevó yadónde?

Después de una noche en la casa vacía, Willo comprende que nadie volverá. Desolado y en peligro, carga con su mochila y emprende un terrorífico y helado viaje de supervivencia.

Es un invierno muy largo, ya debería llegar el deshielo. Pero el mar se ha congelado y el frío no da tregua. Willo se pregunta si todas las cosas que le han contado los adultos son verdaderas y una y otra vez severá forzado a cuestionarse todo lo que sabe.

“Después de la nieve”, es una novela intensa, que despliega el abanico de todos los sentimientos humanos e inhumanos. La crueldad, el egoísmo, la ambición, el deseo de venganza pero, también la lealtad, la honestidad, la generosidad y el amor. Un viaje terrible y revelador a través de un universo nuevo y minuciosamente dibujado por las palabras deSophie Crocket.

¿En qué nos convertimos en las situaciones límite? ¿Dejamos de ser humanos?

El evento se llevará a cabo por medio de un conversatorio a cargo de: Paulina Briones, Iván Rodrigo y Jerónimo Villareal.

La entrada es libre.

jueves, 14 de junio de 2012

El Séptimo Círculo en la época de Borges y Bioy

Dos de mis cuatro libros favoritos de El Séptimo Círculo fueron publicados una vez que terminó el dominio de Jano Bifronte –la dirección de Borges y Bioy, o el “Biorges” que pergeñó Rodríguez Monegal–, cuando se ocupaba de ella Carlos Frías, creo. Son Mediodía de espectros, de John Dickson Carr, y No me apuntes con eso, de Kyril Bonfiglioli. La de Dickson Carr podría ser, en gran medida, inercia política de la editorial con el sello. En cambio, el estilo de Bonfiglioli –ambiguo, sardónico estentóreo– no hubiera solicitado el interés ni la curiosidad de los dos grandes maestros, de acuerdo con las confesiones esporádicas en las que revisaron esa relación –acaso la más estable y prolongada– con la edición de libros ajenos. En sus Memorias, Bioy recuerda que a Borges no le gustaba (o no le gustaba para empezar) La bestia debe morir, de Nicholas Blake, el número uno de El Séptimo Círculo. Conozco lectores fanáticos de la relectura, artistas supremos del arte de sobresaltar los márgenes con interrogantes, subrayar con birome y calificar el libro sin hesitación en la última página, que encuentran El Séptimo Círculo “floja”, y que suspenden el crédito a Borges y a Bioy por esta debilidad secundaria después de haber leído los primeros libros. La preferencia de ambos por Anthony Berkeley, John Dickson Carr y Richard Hull, por ejemplo, no determina una exclusividad, aun si no fuera una preferencia: traza un gesto de género (como quien dice “gesto de diseño”).

A la vez, un vistazo a los primeros treinta títulos de El Séptimo Círculo arroja una respuesta insatisfactoria a nuestro deseo de “coherencia” (pero la coherencia, como la madurez, no lo son todo, en un mundo gobernado a veces por dramaturgos menos complejos que Shakespeare). Dickson Carr y Michael Innes la simulan; Eden Phillpotts, ya entonces desdeñado y un tanto anacrónico, parece un capricho tardío de Borges. El permiso para un breve sobresalto –Extraña confesión– creo que precede el gusto de Bioy por Chejov (a Borges bien podría serle indiferente), y no está mal que una nota sobre un catálogo de policiales contenga un enigma, una dosis de misterio. El Amorim –El asesino desvelado– es un acto de condescendencia o de amistad (hay libros buenos de Amorim, no éste); ocurre lo mismo con Peyrou después: curiosamente, esa ruina perfecta –El estruendo de las rosas– funcionaba todavía con alegórico esplendor. La recurrencia de James Cain debió de ser idea de otros. Tampoco Patrick Quentin parece un gusto de los directores, instruido y afinado por ellos. El maestro del Juicio Final, de Leo Perutz, despierta la sospecha de ser Borges puro: es él quien tiene mejores conocimientos de la literatura en lengua alemana, y debilidad por los escritores provenientes de Praga. La omisión de Margery Allingham, una escritora que empezó sus artesanías cuando era apenas más grande que Daisy Ashford y después siguió haciéndolas cada vez con más gracia, coincide con la valoración –muy poca– que le adjudican Taylor y Jacques Barzun en su canónico A Catalogue of Crime, que es de 1971. Aunque hay dos libros de ella –La moda en mortajas,La muerte de un fantasma–, que me parecen obras maestras, el prestigio de la dama debe de ser producto del revisionismo posterior, un régimen que se permite sin ambages los beneficios de la exageración.

Otras voces

En la medida en que la gracia del género mismo se flexibiliza y se ensancha, Bioy señala alguna paradoja. La de que algunos de los novelistas hard boiled norteamericanos sean ingleses (como Peter Cheyney, por ejemplo, el salvoconducto –Lemmy Caution– que toma Jean-Luc Godard para conducir a Borges a Alphaville, en su film homónimo).

Una reacción similar va a despertar en Kingsley Amis el cacareado (sobre todo por los franceses) ejercicio de violencia que inauguran los novelistas “duros” respecto de los “blandos” (la tradición inglesa); el premio a su inspección rigurosa de los estilos cae en manos de Mickey Spillane (he aquí un novelista con nombre de personaje).

Sin embargo, el contorno de la definición de El Séptimo Círculo lo dan los lectores que a lo largo de los años supo encontrar, en lugares de aparente afinidad o de contraste disimulado. Encontré –o supe de– fanáticos de algunos libros de la colección en todas partes. Juan Marsé, de Laura, de Vera Caspary; Sergio Pitol de Mr. Byculla, de Erik Linklater (sobrevolado con ternura por Borges y Bioy); Carlos Monsiváis –sumisión plebeya– de La especialidad de la casa, de Stanley Ellin. En Cambridge, Eliza Karavedin, una estudiante sefaradí que leía muy bien en español, me reveló e inculcó tan lejos de su casa como de la mía, el amor por La línea sutil, de Edward Atiyah, en la colección El Séptimo Círculo. Es la novela increíble de un libanés que escribió también, antes de la moda de los estudios culturales, uno de los mejores libros del siglo veinte sobre los árabes.

El armado de la colección

Cualquiera que haya participado en cualquier función del estreno y el mantenimiento de una colección conoce los pormenores de orgullo y frustración que acumula y acaudala (visires visibles de mil y una noches de insomnio) la tarea. En alguna parte de su diario, Bioy enumera las actividades y desdichas complementarias, que rara vez se disciplinan, y que se disparan en direcciones inesperadas una vez que los libros (vale decir, los derechos) se consiguieron: la revisión de la traducción, la confección de la contratapa, el remordimiento anticipado por algo que se nos pudo haber pasado, un título de la competencia que pone en peligro el nuestro, la elección del título de la versión en castellano. En estos últimos aspectos, Borges y Bioy trabajaban con libertad y confianza, por lo que el sello distintivo se mantenía estable, una especie de secreto de manufactura.

Sin embargo, en algunos casos funcionaba mejor que en otros. La comitiva de traductoras (en general eran traductoras) adoptaba con rapidez los consejos –y hasta los prejuicios– de los directores de colección, si bien el esfuerzo de Bioy como rector del estilo resulta indisimulable.

Este principio de identidad de la colección acarreaba también cierto matiz de monotonía. Pero un matiz es un matiz, no cualquiera lo merece. Borges se abstenía de intervenir de manera tajante, de “borgear”, como lo hacía a veces con títulos de cuentos (recordemos el giro genial que convierte “Los sicarios de Midas”, de Jack London, en “Las muertes concéntricas”).

Trial and Error (Ensayo y error), de Anthony Berkeley, pasa a llamarse El dueño de la muerte sin ganancias ni pérdidas ostensibles. Alguna vez, la angustiosa distancia entre el momento de lectura del original y el de escribir la contratapa adelgaza hasta la pereza –no tomarse, ay, el trabajo de contar– la sinopsis argumental; otra, no hay concordancia, entre la sustancia de la novela y ese postrero inkling ; otra, otra más, el estilo de Borges o el de Bioy mejora con elegancia una apretujada trama indefendible de personajes penosos y penosas situaciones.

No sé si sobrevive hoy algo parecido a un lector de colecciones; yo mismo nunca lo fui. Con el tiempo, la abundancia de títulos de alguna en mi biblioteca, me alarma, porque en la hacienda me gusta la variedad (al revés de lo que me pasaba de chico, que me conmovían la homogeneidad de los lomos). Conté cincuenta y cuatro volúmenes de El Séptimo Círculo en mi biblioteca. Uno por cada uno de los años vividos.



Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Septimo-Circulo-epoca-Borges-Bioy_0_715728434.html

martes, 12 de junio de 2012

Detectives académicos


Surgieron mucho antes que los detectives salvajes. Esta secta de –para citar a Girri– “refinados moribundos” fijó su enclave sin participar a los críticos del desesperado propósito. En Lolita, Humbert decide su vocación como si un calco veraz del futuro pudiera esperarlo: “Y viré hacia la literatura inglesa, donde tantos poetas frustrados acaban como profesores vestidos de tweed con la pipa en los labios”. Parece el estereotipo establecido de antemano o impuesto con irreverencia por un observador despectivo, dispuesto a lo sumo a demostrar que no usa tweed ni fuma en pipa. Lo cierto es que abundaron los poetas que terminaron así, virados hacia la literatura, aunque encontraron un meandro, un sendero de lealtad vocacional. J.I.M. Stewart, Cecil Day Lewis, Bruce Montgomery, Charles Williams. Cada uno de ellos, excepto el último, encontró para la vida otro nombre: Michael Innes, Nicholas Blake, Edmund Crispin. El arte de enseñar, como le gustaba a Gilbert Highet, la menor desdicha ante la ausencia de aptitudes para ejercer otro oficio, excepto el de poeta –o su impostación–, para el cual los recaudos y exigencias de la personificación resultan desalentadores e inhibitorios: la persecución de musas menores –nada que ver con el aerobismo– y el consumo de dieciocho whiskies sin manifestar una ligera voluntad de pago.

La gran generación norteamericana de la que son sus exponentes R. Blackmur, John Berryman, Delmore Schwartz, Robert Lowell, Randall Jarrell se conformó con menos. Acaso sólo Lowell pudo por temperamento eclipsar como poeta su reputación académica. Dada su inferioridad numérica y su “hábito de perfección”, los ingleses adoptaron una modalidad distinta. Cecil Day Lewis –quien terminó siendo poeta laureado y progenitor de un actor con dotes e inspiración líricas–, discípulo de Maurice Bowra, prolongó sus tareas académicas con celo: fue fatigado prologuista de, entre otros, George Meredith y George Crabbe (a quien el compositor Benjamin Britten le instiló un instante de fulgor revisionista con Peter Grimes) y uno de los traductores más fieles de La Eneida al inglés. En La bestia debe morir, tal vez su policial más famoso, la discreta intervención de Nigel Strangeways no impide que sea imborrable como personaje, y uno de sus ejercicios de perduración es un ingenioso cuestionario que ordena para su mujer, Georgia. Strangeways es algo así como un oxímoron, un armchair detective ambulante, que admite algunas de las virtudes de Lanzarote, incluso –o sobre todo– en lo que se refiere al trato con las mujeres. Una de las últimas novelas de Nicholas Blake escapó curiosamente de la patrulla de Borges y Bioy, aunque el primero debió de valorar el título al menos: The smiler with the knife under the cloak (el verso de Chaucer que Borges decía justicieramente que era otra versión del criollo “venirse con el cuchillo bajo el poncho”). En ésta, Nigel ha dejado de ser protagonista para darle lugar a su mujer, Georgia, y el género se estremece también: el policial se desplaza no sin turbulencias a la novela de espías.

J.I.M. Stewart, el Michael Innes de las novelas policiales, escribió uno de los mejores ensayos sobre Kipling y enseñó con buena fortuna en diversas instituciones, como instruyen las preliminares de El Séptimo Círculo, a la que contribuyó con muchos títulos, pero de los cuales convenga acaso citar ¡Hamlet, venganza!, uno de los policiales más imprudentemente cargado de citas y referencias literarias, entre ellas a su predecesor Edmund Crispin. Que era en realidad Bruce Montgomery, músico y profesor notable, condiscípulo en Oxford de Philip Larkin y de Kingsley Amis, ninguno de los cuales parece valorar demasiado los logros del amigo como novelista. Y es cierto que a las novelas de Crispin las ha arrasado no sé muy bien qué, ¿la gratuidad, la acumulación de efectos decorativos, la erudición bordada de pedantería? Uno puedo leerlas hoy como una especie de género aledaño, que mantiene con el policial una proximidad semejante a la que Didcot guarda con Oxford.

Charles Williams, mentor del grupo de los inklings (Tolkien, C.S. Lewis), a quien conviene, en términos de la conformidad con lo previsto, no confundir con su homónimo norteamericano, fue editor en la Oxford University Press, crítico minucioso del género y pedagogo admirable. Sigue siendo un escritor asombroso. La acción y la energía de sus ficciones debilitan de inmediato el caudal simbólico, el arsenal alegórico, y nos mantienen encantados en una lectura que suspende la incredulidad y habilita e inaugura aún hoy nuevos diseños de lo fantástico.

Un cálculo de los cambios estructurales y operativos que sufriera el detective puede observarse dándole la espalda al Sherlock precursor y comparando dos modelos originales: Gideon Fell y Nigel Strangeways. El primero diseñado por John Dickson Carr a partir de G.K. Chesterton, es corpulento, optimista, bebedor de cerveza, aficionado a desmontar alegorías y/o a proyectarlas, y está dispuesto también a utilizar la paradoja para la resolución de casos. No carece de debilidades. En eso se parece también a Chesterton, el gran maestro del artificio, de la dispersión en todas las direcciones de humo –como lo prueba el prólogo a El almirante flotante–, de la inflación retórica informada por suposiciones y perseguida por regimientos de vaguedades. Los méritos que solían atribuírsele –el hacer un libro increíble sobre Santo Tomás sin citarlo una sola vez (Etienne Gilson), el de escribir una historia de Inglaterra sin incluir una sola fecha (Borges)– pertenecen hoy menos a la literatura que al registro de lo excepcional, al libro Guinness de los récords literarios.

El personaje de Nicholas Blake, en cambio, está inspirado por W. H. Auden, su condiscípulo en Oxford. No sólo: Roy Campbell acuñó el “MacSpaunday” para referirse a ellos como grupo poético, aunque alguno, no recuerdo quién, admitió que habían estado juntos muy pocas veces. Nigel Strangeways tiene las virtudes y los defectos de Auden en acción, que a esta altura son menos graves que los de Chesterton. La ciudad ortogonal y los deslices y desplazamientos barrocos del detective de Dickson Carr corrigen su perspectiva. La ciudad de Strangeways es chata, plana; las relaciones, directas, familiares; los agentes, municipales, domésticos, editoriales; las fuentes, dudosas, inciertas (un chisme, por ejemplo). Nada conforma menos a Strangeways que un enigma despejado por generalidades disfrazadas de simplificaciones. Su discrepancia es audeniana por antonomasia, sabe ponerse en la vereda opuesta con una disimulada gracia. Tiene, como Auden también, una tendencia incorregible a esconder en afirmaciones ligeras el peso de una sentencia.

Las conductas han cambiado, aunque la observación distante está menos ocupada hoy en un registro que permita pastorear el crimen de las aulas a la campiña, ejercicio favorito del inspector Morse, cultivado por otro profesor, Colin Dexter. Tal vez uno solo sirva hoy para seguir la pista y borrar todos los rastros precedentes. El interés y la curiosidad se detienen de inmediato, en la medida en que escritores famosos como Gore Vidal, Julian Barnes y John Banville no quieren –o sus agentes y editores no quieren–, cuando se dedican al género, mantener el suspenso. Muy pronto averiguamos quiénes son Edgar Box, Dan Kavanagh y Benjamin Black. No es necesario llamar a un detective.

Programa especial Día del Niño





Librería Mr. Books, la casa de las palabras, realizó un programa especial, para festejar el día del niño con toda la familia.El domingo 3 de junio desde las 15h00, se transmitió en vivo el programa radial infantil “Palabrujas” de Radio Universal, desde nuestra librería Mr. Books de Mall el Jardín. El programa fue conducido por Caludia Maggiorinni, además tuvimos intervenciones musicales en vivo, show de magia, títeres, teatro, caritas pintadas, concursos, premios y mucha diversión.Nos visito el escritor infantil Hernán Rodríguez, que nos deleito con cuentos e historias y nos llevaron a recorrer un mundo nuevo con cada palabra.

Esperamos que hayan disfrutado de este evento en honor a quienes día a día nos contagian de su espontaneidad, que alegran nuestra vida con una sonrisa y que nos recuerdan que la vida se vive día a día.

Feliz día del niño